Decía mi abuela que las mentiras tienen las piernas cortas, es decir, a punta de mentiras no vas a llegar lejos en la vida y vas a perder el honor, además de la aprobación popular, como le pasa en estos días a los políticos o burgomaestres que suelen mentir. La advertencia de mi abuela también trae a la mente la historia de Pinocho, el títere de madera que eventualmente, después de muchas travesías, se convierte en un niño de carne y hueso. Este cuento del escritor italiano Carlo Collodi es una metáfora poética sobre nuestro desarrollo humano, y sobre la elección que tenemos en la vida de quedarnos como títeres o volvernos niños. Me gusta que el autor de Pinocho sugiera cómo vértice máximo de nuestro devenir el volvernos niños, en lugar de transformarnos en adultos cínicos, desilusionados, amargados, sin esperanza. De hecho, los niños tienen el don de la maravilla y del asombro, y por eso hay que volver a ser como ellos si queremos crecer y evolucionar. Entonces, la inocencia no es un estado infantil, sino, más bien, un nivel de madurez elevado que permite reconocer y conectarse con la esencia de las cosas. ¿No fue de hecho un niño, en otro cuento, quien gritó “el rey está desnudo”? Cómo ciudadanos, hoy necesitamos recuperar el coraje de la inocencia, y la espontaneidad de los niños.
Por el contrario, la mentira pertenece al malicioso, o sea, a quienes prefieren ser títeres como Pinocho, a quien, a su vez, cada vez que decía una mentira, le crecía la nariz. Además, son títeres, como él, quienes evitan todo lo que sabe a esfuerzo, estudio, educación, trabajo honesto. En cambio, prefieren vivir en la tierra de los juguetes, donde eventualmente se transforman en burros. Se hacen manipular fácilmente por el gato y el zorro, ambos tramposos, que ilusionan a Pinocho con la promesa del dinero fácil, que se consigue, supuestamente, en el campo de los milagros. Su vida como títere también llevará a Pinocho a cumplir una pena en la cárcel; es el destino que posiblemente espera a varios títeres de nuestro presente.
¿Cómo ciudadanos qué posibilidad tenemos de defendernos de los Pinochos mentirosos? Tratando de no ser unos títeres de madera, por comodidad, conformismo, egoísmo. Recordando que es nuestra la responsabilidad de transformar un anónimo conglomerado urbano en una comunidad, alimentando vínculos solidarios, practicando la empatía, gritando “el rey está desnudo” cada vez que sea necesario. Pinocho, finalmente, pasó de ser un títere a convertirse en un niño. Frente a esta maravilla, su papá Geppetto le dice: “Ya sabes, a veces cuando los niños de mocosos se vuelven buenos, tienen la capacidad de cambiar su apariencia, ellos y toda la familia”. Nos queda, entonces, solamente el camino del cambio. El de nosotros mismos, primero que todo. Si no volvéis a ser como niños...