Farid Dieck es un joven emprendedor de Monterrey, México. Es también un creador de contenidos, con millones de seguidores en sus redes sociales. Hace algunos días tuve la oportunidad de conversar con él para mi podcast, Inspira Tu Mente. De hecho, hace algunos años nos cruzamos en el escenario del Encuentro Mundial de Valores, y me había generado curiosidad este joven de ascendencia libanesa, quien a los 23 años se había convertido en un emprendedor creando Ecü, una empresa de zapatos con suelas hechas de neumáticos reciclados. De hecho, la protección del medio ambiente y de la biodiversidad, se han convertido para Farid en un propósito superior.
Farid desarrolló esta sensibilidad de vivir para un propósito, tras la trágica muerte de su hermano mayor en un accidente automovilístico, esto abrió para Farid un sinfín de preguntas existenciales a una edad temprana. Así como Elon Musk buscó salida a su depresión y crisis existencial en la filosofía durante su adolescencia, Farid empezó a leer Descartes, Espinoza y Nietzsche a los trece años buscando darle sentido a la absurda e inesperada muerte del hermano. Se profundizó así para Farid la búsqueda del saber, de la curiosidad, y frente a la dificultad, si no a la imposibilidad de encontrar respuestas satisfactorias, aprendió que hacerse buenas preguntas es más importante que encontrar soluciones.
Quizás por eso, Farid desde la adolescencia ha buscado siempre alimentar conversaciones profundas. Quizás la muerte del hermano le ha enseñado que el instante de la vida hay que vivirlo siendo al mismo tiempo livianos y profundos, y que no hay nada más poderoso que una conversación sincera que llene los vacíos de instantes efímeros, la escasez de relaciones verdaderas, la experiencia de la soledad en el exceso de contactos fugaces que vivimos hoy. Por eso, durante la pandemia Farid se inventó un juego de cartas, La Fogatita, con cien preguntas que facilitan conversaciones profundas entre los participantes. La espontaneidad de un juego permite de esta manera un encuentro veraz, hasta entre amigos y familiares que se conocen desde años.
¿Por qué nos cuesta tanto tener conversaciones profundas? Le pregunté a Farid. “Porque le tenemos miedo a las respuestas”, me dijo. Es como si al quedarnos en la superficie evitáramos incomodarnos, en la ilusión de facilitarnos el vivir. ¿Acaso no faltan las preguntas sinceras en mucha s de las amistades en las cuales estamos involucrados? En el fondo, ¿no les falta coraje a muchas de nuestras relaciones? ¿No es eso, me atrevo a decir, lo que en el fondo les pidió Ingrid Betancourt esta semana a sus secuestradores?, ¿de dejar la fácil máscara de la política detrás de la cual se esconden y en lugar tener finalmente una conversación profunda, que pueda llevar hasta el perdón y la reconciliación? ¿Podemos sanarnos sin incomodarnos a través de preguntas a corazón abierto? ¿No será que el camino a la rehumanización pasa por aprender a conversar profundamente? ¿Qué pasaría si víctimas y victimarios, empresarios y líderes sociales, y hasta opositores políticos, se reunieran alrededor de una mesa para jugar a La Fogatita?