Cuando iniciaron las marchas por el Paro Nacional el 21 de noviembre del año pasado, digamos que algo importante pasó en el país. Ese día, sobre la lógica del legítimo derecho a la protesta, la opinión pública concentró su mirada en ese fenómeno naciente de la protesta en masa.
Entonces, los líderes de la protesta inflaron pecho. ¡Así es que se le habla al gobierno a ver si para bolas! Pero en esta tierra, al que le dan la mano no le importa tomarse el brazo, aceptaron a medias la voluntad del gobierno de conversar y arrancaron a exigir como si fuera muy fácil cambiar Cundinamarca por Dinamarca. ¡Tengan su pliego con más de 100 peticiones y por ahí derecho, háganle coaching al Esmad!
Hace ocho días salieron de nuevo a las calles y la cosa no les salió como querían. Poca gente, pocas cacerolas sonando, dejándoles la puerta abierta a los vándalos que están ahí metidos hasta los tuétanos para que agarren la sartén por el mango.
A la larga, eso fue lo que pasó. Los violentos se ensañaron con Bogotá y Medellín. Pintaron paredes, atacaron al transporte público e incluso atentaron contra personas, como en Medellín, donde agredieron con pintura a una persona, dejándola humillada en medio de la calle. La jornada también dejó un halo desconcertante con respecto al carácter de los nuevos mandatarios o, si no, que lo diga el alcalde Daniel Quintero, quien desestimó los grafitis en las estaciones de Metroplús, diciendo que salían simplemente con una “pinturita”. Sencillo: así sea un rayoncito con pintalabios, el hecho es reprochable. Pensar así es desconocer la existencia de infiltrados haciéndoles el juego al Eln, a las disidencias de las Farc, que tienen un único propósito: destruir. ¿A son de qué apareció por ahí un manual para el protestante encapuchado, donde aprenden todo lo necesario para crear un desmadre?
Todos perdemos con la destrucción del mobiliario urbano y con el matiz violento de la protesta. Miles de personas que quieren trabajar, transportarse y llegar a sus casas terminan afectadas por la irracionalidad. Paradójicamente, uno de los objetivos de la marcha era justamente rechazar la violencia. ¿Quién se hace responsable por los daños? La pregunta suena a cliché porque siempre la hacen y nadie la responde, pero ¿qué tal si se les pasan la factura de la “pinturita” a los líderes del paro?
La forma, sí, la deprimente forma con la que se ha afincado el paro nacional desvirtúa el legítimo derecho a la protesta, que nadie les ha negado. No soy de los que dicen que el tal paro no existe, pero si quieren seguir protestando, con cada acto de quienes buscan crear caos, miles de colombianos dejan de creerles a los que marchan pacíficamente, haciendo que se vaya al traste cualquier tipo de argumento que justifique su caminar .