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En la columna anterior me atreví a dar unas pinceladas sobre temas tan amplios y trascendentes como son las políticas de seguridad y defensa. Lo hice a la luz del discurso del ministro de defensa Diego Molano en su posesión del cargo. Obviamente, es un tema que no se agota en libros y mucho menos en una columna de opinión. Ello me permite volver con mayor profundidad a uno de los múltiples puntos tratados previamente.
Terminaba mi pensamiento propositivo con la idea de “hacer del servicio militar la mejor escuela del país para inculcar principios y valores ligados a la ética, la protección del ecosistema, el compromiso con la misión, la solidaridad y el bien común. Los cuarteles pueden ser el crisol de la cultura nacional”. Ella no es una utopía, pues las Fuerzas Militares han cumplido a través de la historia una misión educadora en la sociedad colombiana, que obviamente puede y debe mejorarse.
Recuerdo mi época de subteniente, hace más de cincuenta años, cuando una buena proporción de los jóvenes que ingresaban a prestar su servicio militar obligatorio eran analfabetos y muchos de ellos nunca en su vida habían usado zapatos, ni conocían un cepillo de dientes, ni habían dormido sobre colchón. Era el cuartel su primera escuela después de su hogar y de las homilías en la iglesia, donde muchas veces se incitaba a dar muerte a quien pensara políticamente diferente, con el premio de indulgencias plenarias. En el cuartel se alfabetizaba, se reforzaba la dignidad del campesino colombiano, se apoyaba la búsqueda de sentido a la vida y se inculcaban principios y valores como el amor patrio, la disciplina, la responsabilidad y las buenas costumbres, además de un oficio para la vida civil.
Desafortunadamente las nuevas realidades sociales, los errores de los partidos políticos, el ímpetu y pluralidad de las amenazas y los efectos disolventes de la lucha han disminuido este vigor. En Colombia adquirió fuerza la idea de que “el poder nace del fusil”.
En la actualidad las costumbres y la ética pública se han degradado significativamente en nuestro país, en buena parte debido al narcotráfico que ha permeado la sociedad y sus instituciones. Meritoriamente las Fuerzas Militares hacen un significativo esfuerzo para estar entre las excepciones, pues su capital humano se nutre en la misma sociedad que necesita el cambio. Por ello, estimo muy importante y conducente el compromiso del ministro de fortalecer la capacidad institucional, pero opino que para lograrlo se hace necesario focalizar el esfuerzo en su sistema educativo, expresado en dos ejes: la deontología militar (conjunto de principios y reglas éticas que regulan y guían el deber profesional) y la formación del soldado como miembro de la sociedad comprometido con la construcción de nación. Los cambios en las relaciones sociales y en los métodos de confrontación hacen que la reforma en la educación militar sea necesaria y urgente.
Actualmente, la institución militar compuesta por más de 250.000 hombres y mujeres recibe cada año un promedio de 80.000 jóvenes de 18 años, con la misión de instruirlos, entrenarlos y capacitarlos en la protección de todos los ciudadanos y en defensa de los intereses de la nación. Son 24 horas de cada día durante dos años para moldear ciudadanos de bien. Igual capacidad de impacto en los atributos de nuestra sociedad no la tiene ninguna universidad del país. Importante tarea, señor ministro. Ánimo
