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Aldo Civico
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La historia de Óscar y Lolita

Por ALDO CIVICO

aldo@aldocivico.com

Durante varios años, Óscar fue el segundo al mando de uno de los bloques paramilitares que sembró el terror en Antioquia. Pero antes de ser victimario, Óscar fue víctima. De hecho, cuando Óscar tenía cuatro años, la guerrilla asesinó a sus papás, culpables de no haber pagado una vacuna de dos mil pesos. En ese traumático día, Óscar perdió su alma, como dirían los chamanes.

Cuidado por los Salesianos, Óscar siguió su vida y terminó el bachillerato, hasta que un día un amigo le hizo una propuesta: ir a buscar a quienes asesinaron a sus papás y vengar sus muertes. Él, que hasta ese momento nunca había empuñado un arma, aceptó. Fue así que Óscar se convirtió en un paramilitar. Muchos años después, Óscar definiría aquel momento como la peor decisión de su vida.

Cuando ya era el segundo al mando del bloque en el que militaba, dio la orden de asesinar, descuartizar y tirar al río a un guerrillero que había sido capturado y torturado. Revisando las prendas del guerrillero, Óscar encontró una billetera. La abrió y vio la foto de la esposa y del hijo de este. En ese instante se dio cuenta que se había convertido en el mismo monstruo que había asesinado a sus papás. No aguantó más, se fue a su cuarto y lloró toda la noche. Fue entonces que decidió que ya no quería seguir siendo parte de la guerra. En aquellos tiempos empezaba la desmovilización de las autodefensas, y Óscar aprovechó la oportunidad para dejar la guerra y empezar un largo camino para recuperar su humanidad.

Cuando estuvo recluido en la cárcel de Itagüí, con otros de sus excompañeros decidió acudir a un grupo de madres que fueron víctimas de la violencia de los paramilitares. Entre estas madres estaba también Doña Lolita. A ella los paramilitares le desaparecieron a dos hijos. Por la violencia, ella también perdió su alma, como dicen los chamanes. Tanta era la carga del dolor, que ya tenía graves patologías cardiacas. Para ella y las demás madres era una necesidad ir a encontrar a quienes consideraban unos animales, para saber qué había pasado con sus familiares. Las visitas fueron varias. Poco a poco empezaron recíprocamente a contarse las historias de vida. “Nos dimos cuenta que eran humanos como nosotros”, dice hoy Lolita. Fue así que un día, desde el corazón, a esta madre le surgió una idea; dejar de buscar a los hijos, y en lugar, adoptar a tres paramilitares que había conocido en sus visitas. Dado que uno de sus hijos se llamaba igual que Óscar, le dijo que lo iba a adoptar. Hoy Lolita y Óscar trabajan juntos para lograr una verdadera paz en el país y comparten su historia, la cual no es solamente de perdón y reconciliación, sino también de sanación. Ambos fueron capaces de recuperar su alma.

Pienso en Óscar y Lolita y me pregunto: como sociedad, ¿no será que más que justicia es sanación lo que tenemos que buscar, encontrando el camino para sanarnos, o sea para recuperar nuestra alma colectiva?.

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