Por david e. santos gómez
La escena ocurrió en Iquique —en el norte de Chile—, pero podría haberse dado en cualquier esquina de esta América Latina que se está comportando con tanto odio. Podría ser la foto de la ira desatada en alguna ciudad de Perú o de Colombia. Todo fue despreciable y desolador: una turba de manifestantes xenófobos creó una hoguera inmensa para quemar allí las pertenencias de un grupo de migrantes venezolanos. Sus colchones, sus mantas, su ropa. Los juguetes de los niños. Los teteros y los pañales de los bebés. Los humillados, con el dolor de la ofensa, vivieron atónitos el ritual. Los locales les arrojaban botellas y grababan desde sus celulares el show degradante.
Es una vergüenza para Chile y los chilenos, dijeron desde el gobierno de Sebastián Piñera. Y es cierto, pero solo en parte. Porque lo ocurrido en Iquique es una mancha para el continente entero que, ante la migración de millones de venezolanos, ha sacado sus discursos más indignos. El odio y la xenofobia. La fogata es un diagnóstico pavoroso de lo que también pasa en nuestras calles.
Se ha dicho mil veces, y acá lo diremos una vez más, que pocos países como Venezuela fueron refugio para los perseguidos y pobres del continente. Si hablamos de nosotros, los colombianos, cientos de miles fuimos a sus ciudades en la segunda mitad del siglo pasado para respirar un poco de libertad y oportunidades en medio de tanta sangre que nos ahogaba. Y siempre fueron generosos con los nuestros.
Pero ahora devolvemos el favor con cachetadas. Con una tanda de escupitajos. Con una superioridad que asquea por lo intimidante y provoca llanto por lo ridícula. Contra toda prueba y estadística acusamos a los que necesitan de nosotros de ser los causantes de las diez plagas. De los robos y del desempleo. De la mala salud y la mala suerte. Pero no es cierto. La realidad muestra lo contrario.
La excusa para lavarse las manos y mirar a otro lado dice que la xenofobia es el comportamiento de unos pocos. Que los corazones buenos y generosos son mayoría. Es una sentencia cierta pero ridícula. Porque cuando el odio alcanza para planear y ejecutar una hoguera contra los que nada tienen, basta con que sea el grito de unos cuantos para que nos ensordezca a todos