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Hace siglos que las instituciones de educación superior juegan un rol clave en la sociedad desde su misión central enfocada en la educación, la investigación y extensión. Desde edades tempranas he tenido la fortuna de visitar estas organizaciones y siempre me impactó su grandeza, los laboratorios habitados por personajes misteriosos, los espacios cubiertos de libros y aulas repletas de seres atentos a todos los detalles de una persona hablando por veces durante horas. Pero como muchas otras organizaciones y sectores, han tenido que adaptarse a retos tecnológicos, sociales y políticos durante las últimas décadas. La pandemia puede haber acelerado el despliegue de metodologías de enseñanza y aprendizaje remotos, pero el sector educativo lleva muchos años enfrentando desafíos asociados a la demanda del mercado, tecnología, digitalización e incluso su propio modelo de negocio.
Para darles algunos ejemplos, varias universidades en el mundo han estado avanzando en temas de enseñanza a distancia y los MOOC (del inglés, cursos masivos abiertos en línea) hace al menos más de una década; de hecho, 2012 fue considerado “el año de los MOOC”. La Universidad de Stanford, una de las mejores universidades del mundo desde los EE.UU., lanzó sus primeros cursos en línea de inteligencia artificial y robótica en 2011... El aprendizaje en ambientes presenciales y virtuales, llegó para quedarse, y debemos como personas y organizaciones encontrar ese equilibrio tan importante para no agotar a los diferentes intervinientes.
Por otro lado, el tipo de empleos y formación que el sector productivo demanda ha venido cambiando a una velocidad mayor a la cual las universidades se han podido adaptar. Muchas veces, es cierto, no solo por sus procesos internos, sino también debido al entorno regulatorio tan rígido y nada propicio para el cambio. Por eso, es clave unir esfuerzos entre propuestas educativas formales e informales para tener una propuesta de valor cada vez más potente, adaptativa y ágil, impactando desde preescolar hasta la educación continua y la recapacitación de la fuerza laboral.
Finalmente, se vuelve esencial seguir fortaleciendo el rol de estas instituciones en investigación así como la capacidad de formación en áreas multidisciplinarias y de cultura. Pero en un país como Colombia, en que la inversión en investigación y desarrollo es tan reducida, se les vuelve complicado en esas condiciones seguir apostando a acelerar esas capacidades y a la generación de conocimiento.
La dinámica de la educación ha cambiado para siempre, pero la misión central de la universidad no. Me arriesgaría a decir que nunca ha sido tan importante como fuente de conocimiento, cultura y una sólida educación integral, más aún en los días tan retadores que hoy vivimos. Aunque algunas universidades se han venido preparando para estos cambios desde hace años, la realidad es que todavía hay un largo camino hacia adelante. Un camino que claramente involucra no solo estas instituciones, sino todos sus grupos de interés desde estudiantes a profesores y entidades gubernamentales, si queremos que esa transformación positiva se dé lo más rápidamente posible. La buena noticia es que el coronavirus ha confirmado que el cambio si es posible, siendo hora de aprovechar estas lecciones para reinventar la próxima década
