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Carmen Elena Villa Betancourt
Columnista

Carmen Elena Villa Betancourt

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La juventud no es una sala de espera

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Carmen Elena Villa

Me gusta seguir por televisión las jornadas mundiales de la juventud que cada 3 años preside el Papa. Asistí a una de ellas en el pasado y cambió mi vida. Este año la sede de la JMJ fue Panamá y en ella participaron cerca de 700 mil jóvenes, la mayoría provenientes de Centro y Sudamérica. Las calles, las playas de este pequeño país se convirtieron en escenarios de una fiesta de fe, donde los jóvenes vivían una alegría sana, se encontraron con chicos de otros países con quienes se tomaban selfies e intercambiaban regalos y, lo más bello, tuvieron momentos de reflexión y oración. Sorprendió cómo la noche del 26 de enero el Campo San Juan Pablo II – Metro Park fue cubierto por un multitudinario silencio cuando un millón de jóvenes hicieron oración ante el Santísimo Sacramento.

Y estos jóvenes, muchos de ellos nacidos ya en el siglo XXI, cantaban en las calles una cita bíblica que cambió la historia: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) y que fue el lema de la JMJ Panamá 2019. Este fue momento mismo en que María dijo “sí” al ángel Gabriel cuando el vino con la tremenda noticia de que ella sería la madre del Mesías esperado por siglos. Un “sí” que permitió la concepción de Dios mismo en su seno. Un “sí” que hizo de María, como dijo el Papa Francisco “la influencer de Dios”.

Y esta multitud de chicos unidos en una sola fe, respondieron al unísono su deseo de ser protagonistas, y, como aquella joven de Nazaret, empezar a decir “sí” a los retos que se les presentan y que pueden cambiar la historia. Respondieron afirmativamente al deseo de tomar las riendas de su vida y no ver la juventud como una “sala de espera de quien aguarda el turno de su hora”, como dijo el Papa en la misa de clausura celebrada el 27 de enero. “Y en el ‘mientras tanto’ de esa hora, les inventamos o se inventan un futuro higiénicamente bien empaquetado y sin consecuencias, bien armado y garantizado, con todo bien asegurado”. Por eso afirmó, en nombre de muchos adultos: “No queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio”.

Las jornadas mundiales de la juventud, esa idea aparentemente loca que comenzó San Juan Pablo II en el ya lejano 1984, han traído energía, vitalidad y alegría al catolicismo. Tras casi 35 años de existencia han dado frutos a largo plazo: Sacerdotes, religiosos, padres de familia, líderes en todas las esferas. Convencidos de su fe y –lo más bello– coherentes con ella. Personas que sintieron, en alguna JMJ a la que asistieron, ese impulso de seguir a Jesús y la siguen haciendo vida hoy. Conozco a varios de ellos. Me hacen ver la Iglesia – tan herida por los males de algunos de sus miembros – con esperanza. Me hacen ver a los jóvenes como protagonistas del presente y no como chicos pasivos sentados en una “sala de espera”. Por eso me gusta ver las jornadas mundiales de la juventud y contagiarme de la alegría que irradian estos muchachos y que viene del encuentro con Jesús y de vivir una vida llena de sentido.

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