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Juan David Escobar Valencia
Columnista

Juan David Escobar Valencia

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La metástasis de la impunidad

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En el período medio de la Dinastía Qing, la última de ellas, para “resolver” ciertos problemas con grupos “disidentes” o “rebeldes”, como llaman algunos a las bandas criminales disfrazadas de actores políticos, el gobierno imperial optó por adoptar el sistema de “pacificación” (zhaoan o shaofu) que, así como el “apaciguamiento”, no es lo mismo que la paz. Se les otorgó a los líderes “rebeldes” recompensas monetarias, cargos y títulos oficiales, apoyados legalmente en perdones imperiales a cambio de una supuesta rendición. Esta extorsión disfrazada de paz no era del agrado de todos en el imperio, pero en una dictadura imperial que no tiene restricciones, o incluso cuando un presidente en democracia no respeta los plebiscitos, las quejas quedan solo para las reuniones familiares y preferiblemente en voz baja. Y después dicen que son los chinos los que todo lo copian.

A finales del siglo XVIII, la dinastía gobernante Le, de lo que hoy es Vietnam, sufría de una creciente inestabilidad política que permitió a los líderes de la rebelión Tay Son tomarse gran parte del territorio. Pero para alcanzar el poder total, los Tay Son decidieron negociar con piratas chinos que asolaban desde hacía tiempo el mar de China meridional y el golfo de Tonkin secuestrando mujeres y niños, convirtiéndolos en honorables ciudadanos y otorgándoles reconocimiento oficial, bases terrestres y mercados, a cambio de apoyo militar y financiero. Este “acuerdo de paz” desarrolló una “economía basada en el saqueo en la que los asaltantes chinos constituyeron la columna vertebral de las fuerzas marítimas de Tay Son y contribuyeron sustancialmente a los ingresos del régimen”. Siempre ha sido beneficioso y lucrativo, para los corruptos, “legalizar” el delito, y más si es “ancestral” y “recreativo”.

En la Inglaterra del siglo XVIII, el extranjero rey Jorge I decidió que acabaría con la piratería, obviamente la que no estaba al servicio de la Corona inglesa para saquear los galeones españoles. Formuló un edicto que le ofrecía perdón a los piratas que abandonaran su oficio antes del 5 de septiembre de 1718. Unos pocos, tal vez por viejos y cansados de huir y agregar prótesis a su cuerpo, pero muy ricos, aceptaron firmar la “paz”, pero al cabo de un corto tiempo, como relata William Defoe en su libro Historia general de los piratas: “la mayor parte volvieron a las andadas, y como perros al vómito”, en sus Marquetalias caribeñas.

Hace unos años, un gobierno indigno e irrespetuoso de las decisiones democráticas y la Constitución firmó un acuerdo de impunidad extorsiva, con el ropaje de acuerdo de paz, con un cartel narcoterrorista vestido de actor político. Pero esa inmundicia histórica, que institucionalizó la peligrosa idea, para el futuro y viabilidad de una sociedad, de que “ser pillo paga” y quien cumple la ley es un pendejo, fue solo la incubación de un cáncer localizado, el que ahora con su sucesor hará metástasis, volviéndose “total”, y dejando a cuanto delincuente lo desee impune y premiado 

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