Para André Malraux: “El siglo XXI será místico o no será”. Afirmación tan estimulante como comprometedora, pues la mística en su sentido polivalente expresa toda la grandeza humana, en cuanto que es la realidad del amor.
Dios es amor, y por ser amor, sale de sí mismo a crear criaturas de amor, y así todo cuanto existe es una criatura de amor y tiene por tanto vocación mística, cada una a su modo, la piedra, el árbol, el pájaro, y sobre todo el hombre.
Si Dios es amor y el hombre es su imagen y semejanza, el distintivo del hombre es el amor, como aparece en la respuesta de Jesús a un escriba que le pregunta por el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas [...] Y el segundo es: Amarás á tu prójimo como á ti mismo” (Marcos 12,30-31).
“Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. San Juan de la Cruz presenta en esta propuesta la tarea humana por excelencia. Cuánto amo para lo que puedo y debo amar. Mirar con amor, escuchar con amor, oler con amor, hablar con amor, tocar y acariciar con amor, no menos que pensar y sentir con amor. La gran inquietud del hombre del siglo XXI.
La mística afecta hasta la máxima intimidad humana, como lo ve S. Agustín al comentar que “Dios es amor”. “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor... Si corriges, corregirás con amor. Si perdonas, perdonarás con amor”. La mística es el ser, fundamento de la ética, el comportamiento.
La oración es ejercicio de mística, la relación de inmediatez de amor con Dios, el maestro que enseña sin ruido de palabras. “En cuanto al amor mutuo, no necesitan que les escriba, ya que ustedes han sido instruidos por Dios para amarse mutuamente” (1 Tesal., 5,9).
Lectora apasionada, S. Teresa confiesa que “sin libro nuevo no tenía contento”, y que “en leer buenos libros era toda mi recreación”. Quedó desolada cuando prohibieron los libros religiosos en español. De repente escuchó: “No tengas pena que yo te daré libro vivo”. Ese libro era Jesús. “¡Bendito sea tal libro, que deja impreso lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar!”.
Jesús sintetiza así la mística: “Yo y el Padre somos uno”. La inquietud que el hombre del siglo XXI tiene por descubrir y cultivar, hasta poder decir: “Y vivo, mas ya no yo, es Cristo quien vive en mí”. Mística, la vocación universal.