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Adriana Correa Velásquez
Columnista

Adriana Correa Velásquez

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La música, que nos hermana

Por Adriana Correa Velásquez - adrianacorreav@atajosmentales.com

A los oyentes de Spotify, cada año, en Navidad, la plataforma nos manda un regalo. Un pequeño video con el resumen de lo que somos, de lo que fuimos musicalmente en el ciclo que cierra. Para 2022, Cello Suite No 1 en G Mayor de Johann Sebastian Bach, fue mi canción favorita. Dice Spotify que fue amor a primera reproducción y me cuenta que justo el 18 de octubre me obsesioné con ella. De mis audífonos se apoderaron otros artistas como Camel Power, Louis Armstrong y Edson Velandia. La plataforma me llamó “astronauta”.

Con esta especie de tarot auditivo, supe más cosas de mí de las que era consciente. No sabía que era tan conservadora musicalmente, pero al escuchar de nuevo esa suite del compositor, tuve que reconocer que cuando Yo-Yo Ma la toca, me da un cosquilleo justo donde creo que queda el corazón y el resultado siempre es el estremecimiento.

Lo que nos pasa en el cerebro con la música, muchos lo han tratado de explicar. La música nos secuestra, se apodera del lenguaje, la emoción y el movimiento. Las melodías nos producen tanto placer como la comida, el sexo o la droga, lo explica Daniel Levitin, autor del libro Tu cerebro y la música. Dice que tanto interpretar como escuchar música estimula la producción de oxitocina, popularmente conocida como la hormona del amor.

Desde el punto de vista evolutivo, los científicos sociales han postulado que la música sirve para mantenernos juntos, para crear el sentido de cohesión. Basta escuchar los desgarradores y bellos coros de los presos en trabajos forzados (Negro Prison Blues and Songs por Alan Lomax) o esculcar en los cantos que componían los esclavos para darse aliento. El vínculo que nos da la música nace con la madre, con los tarareos que emplea para calmarnos y con los latidos de su corazón, que nos arrullan. Esa misma conexión estuvo presente en nuestros ancestros que bailaron y cantaron antes de una cacería o una batalla. Así lo sostiene Jeremy Montagu, músico y catedrático de la Universidad de Oxford. “Al establecer semejante vínculo entre los individuos, la música creó no solo la familia, sino la sociedad misma”.

Y cuando Spotify me cuenta que este mes compartí con casi ocho millones mi afición por Bach, yo creo que los científicos tienen razón. Es la música la única capaz de hermanarnos. De hacer que 64 millones oyeran a Harry Styles este mes, el artista que se llevó el récord de la canción más escuchada con su melancólica letra de As It Was (Como era). La música en español del puertorriqueño Bud Bunny hizo que otros 63 millones bailaran y canturrearan al ritmo de los hábiles y pegajosos versos de Me porto bonito y Tití me preguntó.

Ahora que la soledad empieza a convertirse en la epidemia del siglo —imaginarnos en una especie de comunión rítmica, planetaria, en la que millones nos mecemos al tiempo con una canción— la música parece mágica y al mismo tiempo, una cura para el contagio. .

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