Los chismes y la difamación solo prosperan mientras existan agentes transmisores. Así se surja la información que los desvirtúe, el daño ya está hecho. Por eso dicen que la mejor manera de desactivar un factor problemático como un chisme, es “matarlo de hambre”, reduciendo al máximo la posibilidad que el “veneno” encuentre dónde alojarse, alimentarse y continuar la cadena de afectación negativa.
Los virus funcionan igual. Su derrota, aunque nunca definitiva, se da “matándolos de hambre”, evitando que encuentren sujetos dónde albergarse y que les sirvan de trampolín infeccioso para encontrar una siguiente víctima. Cualquier debilidad en la obstaculización de esa sucesión de contagios termina facilitando la enfermedad.
El uso de mascarillas no busca solamente evitar, en lo posible, que el virus ingrese al organismo y te afecte. Igual de importante es impedir que uno sea el siguiente agente transmisor. Aunque con la aspiración de un efecto aún mayor, esos mismos son los objetivos de una vacuna.
Por eso las egoístas, retrógradas e irresponsables “lógicas” antivacunas son tan peligrosas. Nadie está en contra de las medidas para aumentar las defensas propias del organismo, provenientes de la higiene y la buena alimentación, sin embargo, esa es una condición necesaria pero no suficiente. Si el cuerpo humano tuviese todo lo necesario para neutralizar los factores externos que lo ponen en peligro, la inmortalidad sería un hecho hace millones de años. Aunque son muchos factores, las vacunas y los antibióticos son unos de los más poderosos que explican que hayamos pasado de 45 años de esperanza de vida a mediados del siglo pasado, a más de 72 en nuestros días.
Las ignorantes argumentaciones en contra de las vacunas son una amenaza peor que los virus. Cuando las personas dejan de vacunarse, no solo están tomando una decisión sobre ellas mismas, están aumentando los riesgos sobre los demás, y como todos sabemos, la libertad y los derechos individuales encuentran sus límites en los de los demás. Un crecimiento del porcentaje de población sin vacunas favorece no solo la propagación de nuevas enfermedades, sino que abre el camino al rebrote de enfermedades supuestamente casi derrotadas, como está sucediendo con la difteria, el sarampión, la poliomielitis y otras menos conocidas como la panencefalitis esclerosante subaguda, cuyo solo su nombre hace temblar. Por eso la Organización Mundial de la Salud considera la negativa de vacunarse como una de las diez mayores amenazas a la salud mundial.
Dudar de las vacunas, además de un acto de irresponsabilidad y soberbia, es un insulto al avance científico de la humanidad.
En casi todos los sentidos, la vida es una incesante e incompleta lucha por reducir riesgos. Si los seguidores de la corriente antivacunas desean correr riesgos personales, pueden hacerlo, pero cuando renuncias a los deberes también deberías hacerlo a los derechos, y por eso los demás no tendríamos por qué subsidiar sus gastos en el sistema de salud pública