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Juan José García Posada
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Juan José García Posada

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La negligencia subversiva

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

Me da pesar la soledad de la carretera que llega del Valle al Quindío. La vitalidad del transporte comercial y de carga se apagó desde el colapso del puente limítrofe sobre el río La Vieja. Del paso continuo de largas filas de camiones de gran tonelaje queda una vía desolada por la que sólo transitan unos cuantos automóviles. Lo que ha sucedido es un desastre nacional cuya magnitud no se mide desde la capital y otras regiones. Las pérdidas ruinosas amenazan a muchísimos colombianos que tendrán que esperar por lo menos cuatro meses a que se construya otro puente.

Mientras tanto, incontables lugares del territorio nacional están en ascuas, sometidos a la indolencia de todos aquellos que evaden sus responsabilidades y miran para otro lado cuando se lanzan voces de alerta sobre los riesgos inminentes de desplome de quién sabe cuántos puentes más, caída de techos de escuelitas rurales o urbanas, derrumbes en caminos veredales, estrellamiento de buses en mal estado mecánico y tantas situaciones que desvelan a millones de personas que no tienen cómo hacerse oír y atender por los dueños y detentadores de los poderes centrales que no cumplen el deber de tramitar con celeridad y eficacia las quejas, denuncias, solicitudes de acción urgente de tantos alcaldes de pueblos ignorados porque están aislados y expuestos al olvido en las remotas provincias.

En este país todos posamos o posan de vulcanólogos, violentólogos, derrumbólogos, y ahora de puentólogos. La psicosis del puente roto es una causa actual de crispación. Las hipótesis sobre la gravísima tragedia del Alambrado (sí, gravísima) brotan en cascada. Que hubo manos criminales, que ocurrió por descuido de los encargados del mantenimiento de la vía, que se trató de una falla inesperada por el enorme caudal de aparatos de carga transportada. No debe uno hacer conjeturas aventuradas mientras no se tengan certezas. Sería irresponsable.

Pero este nuevo suceso sí da motivo para mencionar, como queda dicho, los casos innumerables de siniestros que estaban anunciados, que se habían pronosticado y acontecieron porque no se atendieron en las oficinas públicas competentes las voces de alerta de vecinos y autoridades locales. Sin incurrir en la imprudencia de sacar conclusiones apresuradas como para incluir el puente sobre el río La Vieja (¿pero qué decir de otro puente cercano y olvidado, el de Barragán?), sí es una verdad incuestionable que en una inmensa mayoría de situaciones calamitosas opera en las tinieblas de la burocracia estatal ineficiente una fuerza siniestra, solapada, la fuerza de la indolencia subversiva, peor que la potencia de cualquier terrorista. Es tan dañina, tan destructora, que puede llegar a ser más temible que la acción depredadora de la misma naturaleza desatada. Subversiva porque subvierte el orden institucional, incumple la Constitución y las leyes, se burla de la gente, es poderosa con los débiles, no tiene sentido del bien común, de los deberes y las responsabilidades. Representa un poder criminal que poco a poco va desmantelando una nación.

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