Este sabático nos ha permitido revisar viejos álbumes de fotografías que de otra forma permanecerían en el cuarto del memorioso san Alejo.
Pasando las páginas del álbum familiar descubrimos que nuestro rostro es un palimsesto de vivencias que se van acumulando unas sobre otras.
La fotografía nos regala la única inmortalidad posible. Cuando han pasado demasiados almanaques, toca apartar arrugas, pategallinas, códigos de barras, hasta llegar a la tierra prometida de los primeros días. ¿Y ese bichito...