No rezo mucho. Tal vez no lo sé hacer. Con mucho esfuerzo logro llegar concentrada al segundo padrenuestro, pero de ahí en adelante me pierdo, divago y me descubro acariciando la gata, pensando en un mecato dulce o recordando un evento del pasado.
Pero sí pido. Y creo que todos los hacemos. Yo le pido a Dios. Otros, a un ente, llámese “vida”, “universo”, “energía”, “maestro”, “ángel x o y”, como sea que cada uno lo nombre. Todos nos aferramos a un ser superior cuando la carga pesa mucho, las dificultades hacen fila para ser resueltas, nos acosa el miedo, el mundo parece estar patas arriba o la vida de un ser querido pende de un hilo. Y también pido, con mucha devoción, que yo no sea nunca tendencia en Twitter, jamás, por ningún motivo.
“Ay, no, no fregués, ¡cómo vas a pedir semejante bobada!”, siento voces que me dicen. Pues sí, sí lo pido, porque para mí Twitter es la hoguera de nuestros días, la forma moderna de la Inquisición, donde son condenados a la muerte por combustión tanto justos como pecadores, y eso de caer en desgracia en una pira, con méritos o sin ellos, me parece de lo más horrible y tenebroso.
Pero no me refiero a las discusiones normales que se dan en torno a diferencias políticas y posturas opuestas frente a un tema determinado. Ni a los cuestionamientos serios y documentados que se les hacen a los gobernantes y sus actos no tan válidos, sino a aquellos casos de crueldad en los que se juzga, se condena, se ofende y se acaba con la honra y el buen nombre de alguien, muchas veces con sevicia y maldad, incluso a veces por sospecha o porque somos como Vicente, el que va para donde va la gente. Nos duele el matoneo contra los niños en la escuela, pero en las redes solemos ser implacables con quienes no llenan nuestros estándares ni dicen lo que nosotros quisiéramos oír. Nos damos el derecho hasta de opinar sobre los asuntos más íntimos de las personas. ¿Como por qué?
Brujería, hechicería, sodomía, falsificación de moneda, herejía y crímenes contra los reyes eran castigados durante la Edad Media con la pena de muerte en la hoguera. Juana de Arco es, tal vez, el caso más conocido de los tantos que recibieron una muerte tan cruel por defender sus convicciones. Murió a los 19 años en 1431. Hoy, 591 años después, inclinados ante su majestad Internet, con más de 4.660 millones de usuarios en el mundo, somos testigos virtuales de linchamientos públicos en redes sociales. Solo que ahora, en vez de picotas, se llaman “Tendencias”.
Puede parecer absurdo, quimérico si se quiere, pero yo aún sueño con formas más respetuosas de convivir y de discutir en estos espacios, con argumentos, sin los insultos que le quitan fuerza a nuestra posición mientras les hacen daño a otros. ¡Pitusantoamén!