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Diego Aristizábal
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Diego Aristizábal

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La obra más profunda

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

Así para muchos sea el gran cuentista que escribió esa historia fantástica: “Solo para fumadores”, para mí, Julio Ramón Ribeyro es el escritor latinoamericano más importante en ese género literario que revela tanto: el diario íntimo. “No concibo mi vida más que como un encadenamiento de muertes sucesivas. Arrastro tras de mí los cadáveres de todas mis ilusiones, de todas mis vocaciones perdidas. Un abogado inconcluso, un profesor sin cátedra, un periodista mudo, un bohemio mediocre, un impresor oscuro y, casi, un escritor fracasado. Noche de gran pesimismo”, escribió el 24 de febrero de 1959. Un día antes había escrito que ya no seguiría corrigiendo la novela que trabajaba en aquel entonces. Le preocupaba no encontrar una nueva técnica que le permitiera construir un mundo que no tuviera nada de común con los ya conocidos. “Yo que odio el lugar común, veo mi obra plagada de lugares comunes”.

Cada entrada en los diarios de Ribeyro es una mirada al abismo, es un elogio a ese título que los reúne: La tentación del fracaso, es una confesión sincera, tal como se haría en esa época de tantísima devoción religiosa donde, como recuerda Nora Catelli en su libro En la era de la intimidad: “las monjas, devotas o mujeres principales se sometían al ejercicio de registrar sus actividades y pensamientos”. Lo hacían por orden de sus superiores para que estos descubrieran posibles desvaríos, para saber si el alma o los pensamientos de las pobres monjas pertenecían más a la tentación o a la devoción, al diablo o a Dios.

Para mí, el diario íntimo es la obra más sincera de cualquier escritor. Es la única que, en principio, no está comprometida editorialmente. Casi nunca se escribe un diario para ser publicado, se escribe porque se quiere luchar desde lo más íntimo con los demonios que solo al escritor le pertenecen. En las obras de ficción la realidad misma puede ser un código, en cambio en el diario íntimo todo se dice como es, como se siente. De hecho, casi siempre que se muere un escritor, la familia enfrenta el dilema si debe o no publicarlos.

Hace años la familia de John Cheever enfrentó el dilema a pesar de que él mismo le manifestó a su hijo Benjamin que, en su opinión, los diarios no debían publicarse antes de su muerte, “podrían incomodar a la familia”, dijo el escritor quien en sus diarios no mostraba el hombre ingenioso y encantador que había conocido Benjamin, sino que expresaba un montón de cosas dolorosas. El hijo de Susan Sontag, David Rieff, también tuvo el mismo dilema. En este caso la decisión y la selección fueron completamente de él porque Sontag murió sin dejar instrucciones sobre el destino de sus archivos dispersos.

Hace poco, un buen amigo que coordina un club de lectura me preguntó qué obra de Sándor Márai le recomendaba para leer en el grupo. Sin dudarlo le dije: “Diarios 1984-1989”, un libro que reflexiona con tremenda lucidez sobre la vejez, la enfermedad y el suicidio. Definitivamente un diario íntimo, muchas veces, alcanza a ser la obra más profunda de los grandes escritores.

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