Según Max Weber, el hombre que se ocupe de la política debe poseer tres cualidades: la pasión, el sentimiento de la responsabilidad y la mesura. La política es la actividad por medio de la cual el individuo aspira a participar en el poder del Estado, es decir influir en el monopolio de la violencia legítima que es el Estado. Las acciones políticas, dice Weber, son obtención, división o transferencia de poder, todas ellas asentadas en una clara pluralidad de esferas sociales de acción o poderes (política, economía, tradiciones, culturas, poder ejecutivo, legislativo, judicial).
Weber analizó un problema que es central en la política actual: el rápido ascenso de líderes fuertes que afirman que sólo ellos encarnan la voluntad del pueblo, Trump, Bolsonaro, Erdogan, Maduro, Uribe. Examinó para esto la dimensión narcisista del político que entra en acción cuando aparece la vanidad. “Vanidad es la extrema necesidad de ser visible, de entrar en escena, en todas las acciones. Este protagonismo de la visibilidad hace del político algo parecido a un comediante” (Villacañas-2015).
La consecuencia del narcisismo en la política es su distanciamiento de las acciones humanas y su incapacidad para reconocer que hay otros hombres con otros problemas y necesidades. En la medida en que el poder se centra en el propio político narcisista, que se siente a sí mismo omnipotente, la política deja de ser acción social sobre la realidad para convertirse en un juego de la subjetividad del político con su realidad. En la época actual las redes sociales facilitan esto. Trump, Bolsonaro, Maduro, Uribe saben que en esta época aceptamos exclusivamente la información, verdadera o no, que se ajusta con nuestras opiniones. En la cacofonía del Twitter consumimos lo que nos gusta y rehuimos lo que no nos resulta familiar. No existe el ejercicio de basar nuestras opiniones en evidencias.
La polarización de la sociedad descansa en esta actitud. Columnistas como Vicky Dávila, Salud Hernández, y María Isabel Rueda, cumplen hoy su papel como periodistas de la posverdad, que es, como dice Matthew d´Ancona, la mentira que se hace aparecer como verdad. De este modo ponen al periodismo, -la actividad por excelencia del pensamiento libre y crítico-, al servicio del protagonismo de la visibilidad de un político marcado por la omnipotencia narcisista de sus deseos. Uribe pretende hoy con su partido, su propio presidente y sus abogados, mostrar, creando un apocalipsis, que hay un caos institucional en la justicia para así exigir un traslado de sus procesos a otras instancias. Mediante la discusión y confrontación de las decisiones judiciales por fuera del proceso -estado de opinión- buscan desarticular el equilibrio de poderes.
Pero vivimos en un mundo plural en el que coexisten varias “potencias” o “poderes”. En el Espíritu de las leyes Montesquieu destacó el efecto políticamente liberador que tiene la división de poderes políticos. Para los individuos solo hay libertad individual allí donde no están sometidos a la intervención exclusiva de un único poder omnipotente. Solo manteniendo la división de estas potencias o poderes uno es libre.