En mi pasada columna opiné sobre las enseñanzas y tareas que nacen de esta pandemia, desde dos concepciones éticas: el “ser” y el “deber ser”. Me referí, desde esta segunda mirada, a la oportunidad única de construir un nuevo orden más justo, partiendo de una nueva conciencia social y un sistema económico que controle la economía de mercado inhumana que actualmente rige el mundo, de manera que logremos un estadio en que la vida sea más importante que los logros egoístas del poder. Sin embargo, ello resulta imposible en el corto plazo, puesto que siendo las cosas como son y no como deberían ser, el problema, la amenaza, el alto riesgo, están dentro de nosotros mismos, en nuestra conciencia colectiva. Los seguidores de las teorías malthusianas pueden ver al covid-19 como un producto de la selección natural de las especies, mientras otros, como Yuval Noah Harari, piensan, con acierto, que las crisis aceleran la historia.
Para tomar el rumbo necesario necesitaremos mensajes aún mucho más fuertes, hasta que entendamos que la tierra y la naturaleza no son herencia bíblica para nuestro dominio, sino aliadas indispensables para nuestra supervivencia. No nos engañemos, imposible que el coronavirus, con predicción de víctimas mortales inferiores al 1% de las de la segunda guerra mundial, cambie los postulados del capitalismo salvaje de la posguerra por las ideas éticas del confusionismo humanístico.
Dentro de lo probable, aunque no deseable, seguiremos en el mundo de la inequidad, regido por la ley del más fuerte, con las mismas ideologías políticas, aunque con algunos brotes de arrepentimiento y escasos propósitos de enmienda. Tendremos nuevas actitudes como las de Trump ante la OMS, o cuando declaró triunfante que ya no serán 200.000 muertos en su país sino 100.000, o de pronto solo 60.000, o las decisiones de los líderes políticos de Inglaterra, Brasil, México y Nicaragua. También probable el reordenamiento geopolítico a favor de China, y menos democracia, mayores autoritarismo y restricciones a las libertades individuales. Probables, igual, el desacelere en la globalización, el declive en la importancia del petróleo y el debilitamiento de la Unión Europea.
Dentro de lo posible y deseable, tendremos, ojalá, una mirada menos antropocéntrica y más solidaria. Se mantendrá el avance de la humanidad hacia la aldea global, en la visión de Marshall McLuhan. Seguirán creciendo las voces que claman la protección del ecosistema. Se fortalecerán los servicios públicos esenciales a cargo del Estado, con prioridad hacia la salud. La ciencia y la tecnología seguirán marcando el derrotero del desarrollo, en comunidades cada vez más interconectadas y solidarias. Se fortalecerá el concepto de seguridad humana y con ello, ejércitos nacionales multifuncionales, con compromisos crecientes hacia la protección de la naturaleza, del medio ambiente, de la calidad de vida de los asociados y de su convivencia pacífica.
Lo deseable e improbable sería que volvamos a lo básico, a lo esencial. Que nuestra espiritualidad nos permitiera entender mejor a Antoine de Saint-Exupéry, cuando hace que el zorro le diga al Principito: ... lo esencial es invisible a los ojos. En el mismo sentido Facundo Cabral agrega: lo que no se ve es lo importante; por lo que no se ve sucede lo que vemos. El solo entendimiento e interiorización de estos conceptos, podría hacer que lo hoy imposible sea algún día posible. Por ahora, lo más probable, solo cambios de forma pero no de esencia.