Por Lina Marcela Suárez R.
De nuevo hemos sido testigos de la actitud de algunas personas que pierden su condición de seres humanos y se convierten en animales de rapiña. La última escena que hemos podido observar, gracias a videos caseros, ocurrió en el fatídico accidente del barrio Los Colores hace unos días.
Minutos después de ocurrida la tragedia en la que murieron cuatro personas, se ve claramente cómo una mujer se acerca a uno de los vehículos estrellados, saca un paquete del carro para luego desaparecer entre la muchedumbre, aprovechando el caos del momento.
Ya no vale preguntarse por el grado de indolencia de la gente, su falta de sensibilidad o el más leve atisbo de respeto. Hemos llegado al punto en el que el avivato, igual que el gallinazo o el chulo, como le dicen en varios sitios de Colombia, está atento al cadáver para llevarse lo que sea. Y no propiamente con fines de subsistencia, como lo hacen estas aves, sino con el inconfesable placer de apoderarse de algo que no le pertenece. Qué puede ser, no importa. Cuál es su utilidad, tampoco se tiene en cuenta. Supongo que la consciencia de esta gente se lava pensando que ya otros vendrán a ayudar o, en el peor de los casos, a hacer lo mismo que ellos están haciendo.
Y aquí no sirve la excusa de la pobreza, el hambre o la miseria ¡No, señor! Tampoco puede decirse que sea ignorancia. En situaciones como estas, lo único que se observa es la codicia, la falta de caridad y de empatía con los semejantes. Es el perfecto ejercicio de esa frase popular que dice: “al caído, caerle”.
¿Qué estamos validando como sociedad para que este tipo de comportamientos salvajes se repitan una y otra vez cada vez que ocurren accidentes? Indigna, avergüenza y entristece contemplar escenas tan descaradas