Se equivocan los que sostienen que en este país la llamada sociedad civil no piensa ni se expresa ni existe siquiera. Creo, más bien, que ha sido reservada, discreta y, a veces, silenciada. También puede ser que haya faltado interés por estructurarla y reconocerle el derecho a tener voz, no solo a votar. Esa sociedad civil, distanciada y quizás divorciada de los poderes institucionales, de los partidos políticos, de muchos medios de comunicación, está irrumpiendo en forma sorprendente en los escenarios obsequiados por la internet, las nuevas tecnologías informáticas y, no hay mal que por bien no venga, por emergencias tremendas como la pandemia.
Soy testigo y partícipe de la tarea entusiasta, seria y disciplinada que en los meses recientes han venido efectuando varios grupos de amigos formados de modo espontáneo para estudiar y discutir todos los temas humanos y divinos que les facilitan la práctica amable del arte de la conversación, mediante el uso de plataformas digitales amigables. Entre otros motivos, por eso defiendo la virtualidad en la educación desde la primaria hasta los postgrados, a pesar de las objeciones que suelen hacerse. Este estilo novedoso de relación interpersonal jalona un cambio, una suerte de giro copernicano en la comunicación, que impone la urgencia de educarse para el aprovechamiento inteligente de las llamadas redes sociales, para que dejen algún día de ser antisociales y se conviertan en instrumentos efectivos para el diálogo, la expresión y la presencia determinante de la sociedad civil. Cuando ya hasta se gobierna por Twitter y se divulgan actos gubernamentales, decisiones judiciales, debates legislativos y cuantos aciertos y barrabasadas se produzcan desde el establecimiento; cuando los partidos políticos y las organizaciones no pueden prescindir de la internet para desarrollar sus campañas, es obvio que los simples ciudadanos deban o debamos emplear esos canales de información útil y deliberación por fuera de la institucionalidad.
En la tertulia La Gruta, formada por intelectuales muy prestantes de la ciudad de Neiva, coordinada por Germán Liévano, en las noches de cada jueves puede presenciarse mediante Zoom un espectáculo edificante por la pertinencia, la documentación y la lucidez de los tertulianos. Y desde hace dos años y sin una sola falta nos hemos reunido cada miércoles en la tertulia del Coloquio de los Libros, hemos hablado, sin buscar acuerdos pero sin ahondar en desacuerdos y en un clima amistoso y tolerante, de un centenar de temas de nuestro interés, en la plataforma Meet. Estos dos ejemplos, además de las clases, conferencias y otras intervenciones virtuales, me confirman, por muchos otros casos reconocidos, no solo que es posible el mejoramiento cualitativo de las redes, sino la actividad evidente de una sociedad civil integrada por individuos, si se quiere, muchísimo más pensantes, razonables y acertados que unos cuantos fanfarrones del articulismo centralista, que no representan ni lo más mínimo de esta sociedad civil que sí piensa, dialoga y es capaz de representar la opinión en este rincón del planeta