Los nuevos alcaldes de las tres principales ciudades colombianas bien podrían organizar con la natural urgencia una suerte de frente común que les permita convenir criterios y procedimientos para afrontar problemas que, sin ser iguales, sí resultan afines y les permitirían adelantar, por ejemplo, un curso acelerado de inducción para el exitoso aterrizaje en la realidad pura y dura del gobierno.
Se trata de tres mandatarios inteligentes, que han dado testimonio de conocimiento de las tres urbes conflictivas en las que han sido elegidos de modo legítimo por la mayoría de sus conciudadanos. Los tres exhiben condiciones evidentes de liderazgo. En las campañas demostraron capacidades que fueron convincentes para buena parte de los electores. No es nada sensato desconocer ni la validez de su elección ni los atributos que los hicieron confiables para los bogotanos, medellinenses y caleños que votaron por ellos.
Pero como nadie llega “sabido y entrenado a un cargo”, con excepción tal vez de los que repitan en el ejercicio de funciones públicas, y como, además, los tres personajes han marcado notorias distancias con la clase política tradicional, con el estilo habitual de gobernar y con el modo de ver los asuntos que forman parte de sus ámbitos de competencia, los alcaldes López, Quintero y Ospina podrían aprender ciertas claves para evitar barrabasadas, imprudencias, ligerezas o errores inconvenientes.
A los tres también les ha tocado encarar en estos días ciertos brotes de revanchismo, de los que no ganaron o de los llamados malos perdedores (que, por paradoja, seguirían el ejemplo de la oposición radical, recalcitrante y obstruccionista de los que no alcanzaron la Presidencia). Revanchismo sectario, egoísta y reñido con la ética del altruismo en la práctica de la política por el bien común. Revanchismo que llegó en estos días al extremo de que algunos empiecen a ambientar una propuesta necia de revocación de los mandatos.
En la ciudad, el país y el mundo los ciudadanos que integramos la llamada mayoría silenciosa, la clase media esencial de las sociedades estables y respetuosas de la autoridad, de la normatividad jurídica y de la institucionalidad, no estamos acostumbrados a que asciendan a las posiciones de gobierno los más controvertidos exponentes de la nueva política, los outsiders, los progres, con sus mochilas repletas de ideas contestatarias, entre demagógicas y populistas. Vean, como ejemplo, lo de España.
Lo que se teme es que no se sintonicen con la realidad, que no se bajen de las nubes del idealismo, que por congraciarse con sus electores y, deslumbrados por el nuevo poder, menosprecien la condición de mandatarios de todos los ciudadanos y que acumulen tantos desatinos y salidas en falso que arrastren las ciudades al fracaso. La imprudencia de los bisoños sería fatal para todos .