Existe un falso dilema entre salvar vidas o salvar la economía, en medio de la crisis sanitaria, porque prima el imperativo moral de ahorrar el mayor número de vidas posible. Aun así, hay quienes hablan de que no se está frente a un dilema sino a un “trilema” (del inglés, la palabra no existe en español) o a una trinidad imposible de política pública.
Se trata de una elección entre tres objetivos distintos, aparentemente contradictorios entre sí. Hay trinidades imposibles en la filosofía, la religión y el derecho. En economía la más conocida es aquella de la política monetaria enunciada por el premio nobel Mundell (1963). En esa trinidad la política monetaria de un banco central tiene tres objetivos deseables, pero imposibles de alcanzar al mismo tiempo: tasa de cambio fija, libre movimiento de capitales y una política monetaria independiente. Es posible imaginarse un triángulo equilátero donde en cada vértice está uno de los objetivos.
Para solucionar la trinidad los países deben elegir dos de tres objetivos. Puede fijar su tasa de cambio sin debilitar su banco central, pero solo con controles de capitales. O, por el contrario, permitir la libre movilidad de capitales con independencia monetaria, pero dejando que la tasa de cambio sea flexible.
Pues bien, Matthew Kavanagh de Georgetown University planteó una trinidad imposible con los objetivos que tienen los gobiernos frente a la pandemia actual. En este caso, la política pública tiene tres propósitos: una población sana, una economía dinámica y la libertad política. Como en el caso de la política monetaria, no se pueden alcanzar las tres cosas al mismo tiempo.
En la elección de una economía dinámica, el foco de la política es el crecimiento, con efectos adversos en la salud de la población. Es el caso de muchos países (Estados Unidos, Reino Unido, Holanda), que para no caer en recesión ni restringir libertades aplazaron al máximo las medidas de confinamiento, perdieron un tiempo precioso y no pudieron, en todo caso, eludir la desaceleración de la economía.
Si se escoge tener una población sana, el foco de la política está en la salud pública, y se restringe la libertad de movimiento y/o se establece un sistema de vigilancia para controlar los contagios. La economía sufre, pero se puede recuperar más pronto porque se tiene dominada la epidemia. Es el modelo chino, con su máxima expresión donde se confina una ciudad y los datos personales son públicos.
Queda un caso posible, cuando se quiere al tiempo una economía dinámica y una población sana, lo que requiere que se tomen medidas acerca del levantamiento de información de la salud de los ciudadanos, para que se puedan localizar los nodos de contagios, y aislarlos y tratarlos. Extrema vigilancia y control sobre la población.
Este enfoque pone en claro que en la lucha contra el coronavirus muchos países restringen diferentes libertades. En tiempos de guerra contra la pandemia se suspende el orden liberal democrático para hacer crecer los poderes del estado y se limitan los derechos de los ciudadanos, pero eso debe ser temporal. Cabe la crítica acerca de la definición de objetivos tan absolutos, donde no hay negociación posible. Pero el caso extremo sirve de referencia para construir soluciones, con el aporte de todos y donde hay alguna negociación.