Por david e. santos gómez
La extrema derecha ha visto un resurgir de popularidad en este último lustro caótico e histérico. Su discurso, amenazante, se nutre de un amplio descontento ciudadano por motivos tan diversos como la crisis económica, el flujo migratorio o el terrorismo. También, sin duda, por la imposibilidad de algunos gobiernos de izquierda de reconocer sus errores y buscar consenso. De a poco, con una complicidad social que era impensada tan solo una década antes, ahora la mentira y el odio se campean por los debates políticos nacionales con una impunidad indignante.
Ese patriotismo violento que enarbolan personajes como Donald Trump en Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil y partidos como Vox en España -para tratar apenas los que tienen mayor influencia en nuestra limitada geopolítica- acelera en su propósito de cooptar toda la esfera de lo público desde las estrategias más sórdidas. Las acusaciones sin prueba alguna, la estigmatización de las minorías y el machismo, se campean sin rubor por sus declaraciones a medios, por sus trinos en Twitter y, lo que es más grave aún, por sus estatutos partidarios y propuestas programáticas.
En nuestra adolorida Colombia la bandera del radicalismo de derecha la tiene un sector furioso del Centro Democrático. El partido de Uribe acelera en su fanatismo, ciego al mismo tiempo a la realidad y a la historia, cada vez más paranoico y enardecido por el pasado reciente. Sin entender el momento del país ni escuchar la voz que habla en las calles, se muestra inconforme incluso con su propio presidente al que primero vendieron como tabla de salvación y ahora considera un tibio inexperto.
Las derechas más radicales se unen todas en su indolencia. Es patético ver cómo entre ellas se aplauden sus enviones exaltados, cómo se vitorean y celebran sus despropósitos. Senadores del uribismo comparten declaraciones del nacionalismo rancio de Vox y los españoles, a su vez, reivindican las arremetidas de Trump. El estadounidense, con guiños claros, aplaude la homofobia y el discurso racista de Bolsonaro. Es un círculo de mutuos cumplidos que se cierra para asfixiar el debate. Porque se necesitan entre ellos, se sienten más cómodos en grupo, en gavilla, a pesar de su altanería que exuda individualismo. También necesitan el silencio de los otros, nosotros, pero eso esperamos no otorgárselo jamás.