Más allá de las contradicciones y divergencias que resultan de lo que debe ser la universidad, hay que tener claro, so pena de pervertir la esencia de la institución, que ella es un espacio del pensamiento y que en ella no puede tener lugar la violencia en la forma del capucho armado con explosivos. Esta violencia no debe existir, es el imperativo ético que deberían plantearse los universitarios a partir de la comprensión del momento histórico que vivimos, en el cual se lucha para superar más de cincuenta años de violencia guerrillera, paramilitar y paraestatal.
Que la universidad sea un espacio del pensamiento significa que los profesores y estudiantes deben valerse de la razón para argumentar, discutir, desarrollar razonamientos sobre problemas sociales, políticos, y plantear hipótesis o teorías sobre hechos del “mundo objetivo”, el “mundo social-normativo” o el “mundo subjetivo”.
La universidad como institución debe dedicarse, como señaló Carlos Gaviria, a la formación de personas, a formación de ciudadanos y, en tercer lugar, a la preparación de personas para el ejercicio de las profesiones y el desarrollo de las capacidades investigativas y docentes.
La racionalidad se refiere a la capacidad de las personas para desarrollar procesos de fundamentación o de justificación, seguirlos y poder hacer uso de ellos. La capacidad de justificar algo es no solamente la capacidad de la conclusión deductiva, sino en general, la capacidad de fundamentar una proposición, probarla y dar argumentos para sostenerla. Esto es propio de la argumentación racional en todas las disciplinas.
Argumentar con razones no es fácil. Exige pasión por la verdad, carácter para defender las razones que sostienen un argumento, entereza moral para respetar las reglas del discurso y apertura emocional para aceptar la crítica. La controversia racional en la universidad no tiene nada que ver, si se presupone el respeto a la persona, con formas especiales para decir las cosas, ni con la consideración de situaciones externas que directa o indirectamente puedan afectar la libertad de opinión. “Recta y libremente debe el hombre decir aquello que reconoce como verdadero y debe poder hacerlo sin perjuicio para su vida, su libertad o su situación material” (Gaviria, 2018).
Esta idea de la universidad como espacio del pensamiento ha enfrentado desde hace muchos años como un cáncer la violencia extrema del tropel y los capuchos que desangran la universidad pública y que bloquean sus capacidades científicas, académicas, culturales y políticas, así como la violencia de la fuerza pública cuando ingresa a la universidad.
Frente al enaltecimiento del tropel violento por algunos universitarios que se desató en estos días en varias universidades del país, destacó una voz sensata: el Instituto de Estudios Políticos -UdeA. En su comunicado señaló, “la «romantización» de la protesta violenta ha implicado altísimos costos para la Universidad en pérdida de vidas humanas. Esos costos son elevados en relación con la efectividad de las transformaciones a las que dicen aspirar los manifestantes violentos”. La autonomía universitaria debe ser defendida a ultranza, y no debe ser amenazada nuevamente por la violencia. Esta amenaza la destruye.