Por Manuela Monsalve Ortiz
Universidad de Antioquia
Literatura-Lengua Castellana, semestre 3
manuela.monsalveo@udea.edu.co
En los tiempos recientes, la humanidad ha comprendido, por fin, su finitud, su capacidad de extinguirse, su fragilidad como individuo, sociedad e, incluso, como especie.
La naturaleza, este año, se ha manifestado en forma de inundaciones, incendios de gran magnitud y, recientemente, como un virus microscópico que amenaza la existencia de muchos y asegura la resistencia de pocos. Ha demostrado cómo dependemos de ella. Ha prevalecido de nuevo. A lo largo de este 2020, que apenas empieza y que ya queremos que termine, la naturaleza ha mandado muchos mensajes para demostrarle a la humanidad cuán débiles somos, nos ha bajado de ese pedestal que creíamos eterno. Ya no somos ni el inicio ni el fin de la historia de la vida. La naturaleza, como conjunto, lo es: el inicio y el fin. Se preguntará el lector, pero ¿los humanos, acaso, no somos naturaleza y, de esa forma, seríamos el inicio y el fin? Pues no. Con el paso del tiempo, la humanidad se ha encargado de ser excluida de ese grupo (la naturaleza), se ha posicionado más arriba, allá, en el cielo, en forma de dioses.
Por mucho tiempo la humanidad se ha encargado de quemar, explotar, deformar y de llevar a cabo cuanto mal puede hacérsele a la Tierra, todo esto en nombre del progreso. Ahora, como especie tendríamos que preguntarnos muy seriamente: ¿qué es el progreso y cómo podemos entender esa idea? Pues el término en sí mismo es bastante peculiar y, tal vez, utópico. Ahora bien, excluimos, violentamos, silenciamos, desaparecemos y asesinamos (líderes sociales, estudiantes, indígenas y de todo aquel que se atreva a hablar de la forma que está prohibida) para alcanzar el sagrado progreso, para ser como las grandes potencias del mundo que en este momento desconocen la importancia de actuar y de ser más solidarios, las potencias que han preferido posicionar la economía sobre la población, pues lo importante es acumular dinero y no lo es tanto disminuir de forma drástica la población mundial. En realidad ¿eso es el progreso por el que tanto clamamos? Porque si no estoy del todo equivocada y así es, soy feliz habitando un país del tercer mundo, un país poco desarrollado (claro, dejando de lado los grandes problemas de Colombia). Quizá nunca alcancemos esa idea de progreso y, por mí, está bien, así estamos mejor.
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