En 1959 George Hutchinson y su discípulo Robert MacArthur en sus estudios sobre competencia entre especies, acuñaron el término “Negligencia Agresiva” para describir el comportamiento beligerante de por ejemplo algunas aves, normalmente machos, que por estar excesivamente ocupados defendiendo sus territorios y peleando contra los que consideran como amenazas, descuidan sus nidos y a sus crías que incluso terminan desnutridas y hasta muertas.
La vertiente agresiva del “comportamiento agonístico”, que en etología se llama a la conducta asociada a las competiciones y los enfrentamientos, puede manifestarse en algunos animales antes de la lucha, con pavoneos, encrespes o señales acústicas como gruñidos o rugidos. Pero no voy a hablar de pájaros, y pájaras, para no ofender la mamerta semántica de genero del socialismo del siglo XXI.
Hace años leí brevemente algo sobre la “Negligencia Agresiva”, pero como la observación científica de aves no es lo mío, había olvidado el tema hasta que inició el período de la actual alcaldesa de Bogotá. Uno entiende que cualquier gobernante a su llegada necesita “marcar territorio”, como también es típico que cuando no se tiene nada realmente bueno que proponer, la opción es despotricar del antecesor, con libros blancos o de cualquier color, con la esperanza que haciendo ver el pasado tan horrible como sea posible, el hoy parezca una mejoría y con dos o tres promesas que la gente quiera oír, como cosas gratis o ingresos universales básicos, el mañana huela a paraíso.
Sin embargo, cuando la agresividad y grosería que previamente le conocíamos como senadora empezó a acentuarse a medida que pasaban los días, se hizo más evidente que dicho comportamiento no fue tan intenso antes, no por prudencia sino porque no tenía el poder suficiente para desarrollarlo.
Pero la cosa se agravó en la crisis sanitaria, pues la krakatoana alcaldesa, enfrentada a una situación que sobrepasa de sobra sus capacidades reales pero superdotada de una arrogancia paranoide y una autoatribuida pero inexistente grandeza que ahora ve amenazada, no encontró más salida que agredir sin restricción, increpar subalternos y pasar por encima de la autoridad presidencial o de la Policía, y en vez de cuidar inteligentemente a su ciudad, optó por la fórmula de los mediocres, culpar a los demás de todo lo malo, adjudicarse monopolísticamente cualquier logro y pelarle los dientes a quien sea.
A los colombianos nos duele mucho ver como su capital se ha deteriorado tanto en manos de los camaradas de la actual alcaldesa, pero no sabe uno si es por lo grande que no han podido acabar completamente con ella. Van a tener que aprender de Medellín, donde su colega y correligionario lo podría lograr en un solo período, poniendo eficientemente en peligro el futuro del sustento medular de la ciudad, EPM, con la petición de “leyes habilitantes” al mejor estilo chavista, para supuestamente “transformarla”. Esperemos que el Concejo de Medellín tenga pantalones, pero “sin bolsillos”.