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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

Las aspas del dios

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Por increíble que suene, hay un gesto de Maradona que todavía no se ha comentado. En medio de los millares de videos con sus gambetas, millones de artículos de prensa condolidos y billones de quejidos en redes, se coló un aspaviento de la deidad que nadie ha destacado.

No tiene que ver de forma directa con el fútbol ni con el castrochavismo ni con la devoción de su iglesia ni con la cocaína y demás heterodoxias de su vida. No obstante, podría estar ahí una pista que explique el conjunto de sus prodigios.

Apareció en el video de una entrevista que le hicieron y en otro donde hace barra desde la tribuna de un partido. ¡Sus manos! Sí, no sus pies ambidextros, sino sus manos. Más precisamente la forma como las mueve.

Cuando está excitado, el ídolo pone en marcha el motor de sus manos. Las revoluciona a velocidad de vértigo. Las dos forman un molino de viento, son aspas que giran para acelerar el trajín de la Tierra. ¿De dónde llega la energía que las hace atornillar el eje mismo en torno del cual viajamos en rotación y traslación?

Nótese que estamos usando el presente de indicativo para hablar sobre la actividad de un muerto. Nótese, además, que ese muerto ha sido ascendido al abolengo de dios, como sucedía con los emperadores romanos. ¿Y si los dioses imperan sobre el tiempo, no es dable seguir refiriéndose a uno de ellos en el tiempo verbal siempre vigente?

En la mencionada entrevista de televisión, el número diez está sentado y ahora es su mano izquierda la que se agita en círculos a medida que sus respuestas avanzan. La aceleración del movimiento es similar a la del molino con las dos manos. La febrilidad es contagiosa.

El astro urgido extrae las ideas de algún pozo abismal y para ello enciende el succionador. La mano imprime un ímpetu que infunde certeza a sus declaraciones, inquieta al interrogador y convence a los espectadores.

Maradona sabe, sin saber, que debe ganarle al tiempo, que el partido dura 90 minutos, que un campeonato mundial es una gloria de cada cuatro años, que muchos ojos lo observan para desquitarse de lo perecedero.

Así que fuerza las circunvoluciones de sus neuronas e intestinos y pone a batir las manos para imprimir frenesí al momento. Sus adoradores le agradecen por haber robado el fuego para ellos.

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