El perdón político, muchas veces instrumentalizado y pervertido, se ha convertido en una práctica normal de gobiernos que desarrollan procesos transicionales de las guerras a la paz o de las dictaduras a la democracia. En 1970, el canciller alemán Willy Brandt visitaba Polonia para firmar un tratado entre los dos países y al depositar un arreglo floral ante el monumento a las víctimas del gueto de Varsovia, se arrodilló y pidió perdón al pueblo polaco. En 2010, el primer ministro de Japón, Naoto Kan, ofreció disculpas a Corea del Sur por la ocupación japonesa. En 2018, el presidente de Francia Emmanuel Macron reconoció que Francia perpetró actos de tortura durante la Guerra de Independencia de Argelia, y se disculpó por los crímenes. Augusto Pinochet dijo: “El Ejército de Chile ciertamente no ve razón alguna para pedir perdón por haber tomado parte en esta patriótica labor”.
El presidente Iván Duque no pidió perdón a los familiares de Javier Ordóñez ni a los de los muertos que dejaron las desproporcionadas y arbitrarias actuaciones de la policía en los días siguientes al horroroso asesinato. Delegó esta tarea en el Ministro de Defensa, Carlos Holmes. Él la cumplió a través de un video, de forma fría, rápida, sin víctimas. Y lo peor fue su mensaje: “pido perdón por cualquier violación a la ley o desconocimiento de los reglamentos en que haya incurrido cualquiera de los miembros”.
El perdón o las disculpas políticas no se delegan. En el caso de un Estado, este debe ser ofrecido por el líder de la nación como sucedió con Brand, Macron, Naoto Kan. No es fácil pedir perdón. Hacerlo conlleva un acto de reflexión previa, de arrepentimiento y de corrección. Ni Pinochet ni Duque buscaron la reparación moral de las víctimas mediante el perdón. El perdón y el castigo son respuestas al mal. El primero es una respuesta positiva, conciliadora, mientras que el segundo expresa una respuesta negativa y hostil. El castigo se centra en la penalización del culpable, mientras que el perdón busca tanto la reparación moral de la víctima como la del victimario.
Siguiendo a Joseph Butler, parece razonable concebir el perdón como la superación, por razones morales, de los sentimientos adversos, de rabia, ira, resentimiento o indignación, que son ocasionados naturalmente cuando se ha sido tratado injustamente por una persona. El perdón comporta el rechazo o la modificación del juicio moral que nos merece el infractor, en relación al acto realizado. Por ello, perdonar puede suponer una tarea esforzada interna, en la que entren en juego el autocontrol, la fuerza de voluntad y la capacidad de desarrollar y cultivar en uno mismo la actitud de perdón (Rosel). Esto va más allá de un mero acto externo de concesión de perdón, como el del ministro Holmes o el de la senadora de las Farc, Sandra Ramírez, quien pidió un abrazo de perdón a la esposa de un asesinado por la guerrilla y esta le respondió, “Nos daremos un abrazo de perdón cuando me digan la verdad”.