A la Beauvoir la empecé a leer cuando estaba en el último año de colegio porque una chica que me gustaba solo hablaba de ella. Me decía que con “El segundo sexo” había entendido todo lo que tenía que entender en la vida, había comprendido la fuerza del feminismo, el poder de la igualdad, así en aquel entonces los profesores no hablaran mucho o nada de eso. Curiosamente, ella quería que en algún momento algún enamorado o alguien que ella admirara muchísimo la llamara “Castor”, como le decía Jean-Paul Sartre a Simone de Beauvoir, y le escribiera cartas largas y profundas, reflexionara con ella, le diera su papel como mujer en ese entonces.
El hecho de pensar en ese apelativo para ella me daba pena y risa. Nunca fui capaz de decirle así, ni siquiera molestando, además ella no me paraba ni cinco de bolas, yo era demasiado superficial para ella, así me lo dijo antes de irse para otra ciudad. Durante meses me refugié en la Beauvoir para comprender la ausencia, con ella entendí muchas cosas, especialmente que una escritora así se merecía la vida eterna. Un día, me conseguí su dirección en Pereira y le escribí. La carta, a pesar de que lo pensé muchas veces, la encabecé así: Recordado Castor. Nunca me respondió, no sé si fue porque la carta nunca llegó o porque ella misma sintió pena ajena apenas leyó semejante disparate y poca creatividad.
Nunca más volví a leer a la Beauvoir, leerla no me traía los mejores recuerdos, hasta que hace un par de semanas recibí un libro titulado “Las inseparables”, cortico, provocador. Entonces me senté a leer el pasado, me senté a comprobar cómo me llegaba, después de tantos años, mi admirada Simone de Beauvoir.
En la novela están Simone de Beauvoir, representada en Sylvie, y Zaza, que es Andrée. En el colegio justamente, a los nueve años las bautizan como “las inseparables”, ambas sienten un cariño profundo y una admiración por la amistad que construyen. Una amistad al mejor estilo de Montaigne y su amigo La Boétie, que perdura “porque él era él, porque yo era yo”.
Esta novela autobiográfica cuestiona el sometimiento de la mujer, reflexiona sobre esa horrible palabra que es “adaptarse”, cuestiona las tradiciones rígidas familiares, ese deber de las mujeres que consistía en olvidarse de sí mismas, en renunciar a sí mismas y cuyo único destino era casarse o irse para el convento. Esta novela es una sutil muestra de lo desalmado que resulta existir, no para sí, sino para los demás. Este reencuentro me dejó un fresquito, me hizo recordar a los amigos que invitan a desobedecer, a rebelarse, a reivindicar los dones y los talentos que nos han correspondido