Por david e. santos gómez
Si Nicolás Maduro sigue en su silla del Palacio de Miraflores, aún con las repetidas denuncias de corrupción de su gobierno y sus manipulaciones comprobadas, aún con los informes de la ONU por violaciones a los derechos humanos y con la economía en bajos históricos, es porque al otro lado del espectro la oposición ha fallado trágicamente. Aglutinados por su antichavismo, la oferta política contraria al Partido Socialista Unido de Venezuela es fragmentaria, caótica, contradictoria y, por momentos, mezquina. Más que la lucha por el rescate venezolano, las diferentes tendencias críticas al proyecto bolivariano se concentraron en batallas estériles por migajas de poder.
El ascenso de Chávez hace más de dos décadas dinamitó las estructuras políticas que gobernaron a Venezuela por medio siglo. Los grandes partidos, adormilados y corruptos, fueron incapaces de reconfigurarse como una alternativa verdadera a la propuesta de gobierno. Ni siquiera con el acelerado desce nso de la revolución bolivariana en el último lustro, los liderazgos opositores construyeron una propuesta de país clara y ejecutable. Ni sus llamados a la abstención, ni las visitas internacionales para narrar sus desdichas, ni los conciertos de frontera; han pasado de ser lúgubres espectáculos de pirotecnia. La última gran apuesta, el joven Juan Guaidó como presidente reconocido por medio mundo, no dio frutos. Su imagen no tiene fuerza, su discurso es inocuo y su liderazgo, inexistente.
La historia de la lucha de estos dos poderes tiene como consecuencia un país en ruina, cuya larga lista de desgracias no hace falta enumerar acá. Una decena de veces se ha anunciado el fin del chavismo sin que este se concrete. La esperanza de los que pretenden un cambio es que llegue el acontecimiento decisivo (una vez más) y las fuerzas tengan el choque concluyente.
Y estamos a pocos meses de un nuevo round. El 6 de diciembre se parará América Latina para ver si las anunciadas elecciones parlamentarias abren la puerta a una solución que ayude a desanudar el desastre. La oposición, de nuevo, llega dividida. Juan Guaidó, el máximo líder que parece no serlo más, pide a todos que se queden en la casa. Pero Henrique Capriles, una voz de su misma esquina, se le opone. Lo contradice. Pide que el cambio llegue con el voto. “Se agotó lo que había. Hay que abrir camino”, dice. Otro camino para el mismo fin.