“Tener dinero es como ser rubia: es más divertido, pero no de vital importancia”. Martin Tupper.
La fisonomía, una disciplina que en los últimos años ha tenido un aparente resurgimiento, aunque no sabemos si su credibilidad haya aumentado al mismo ritmo, no para de generar titulares, que como algunas rubias ficticias y parciales, llaman la atención pero no siempre convencen cuando muestran la verdadera raíz... de su encanto.
¿Será cierto que el ancho de la cara está asociado con la deshonestidad, como lo sugiere el estudio de Michael Haselhuhn y Elaine Wong, de la Universidad de Wisconsin, o con la posibilidad que tengan las mujeres de predecir el interés de los hombres en los niños, como plantean Justin Carré y Cheryl McComick de la Universidad Brock de Ontario?
¿O será cierto el “descubrimiento” hecho por David Pone y sus colegas de la Universidad Estatal de Pennsylvania según el cual, tener sexo con un hombre bien parecido tiene mayor probabilidad de terminar en orgasmo que hacerlo con un feo? ¡Insospechada revelación! Aunque los feítos alguna ventaja teníamos que tener, pues parecen ser más “anticonceptivos” que los apuestos, porque el desgano de su feúra reduce las contracciones del cuello uterino y la vagina, disminuyendo el transporte del semen a las profundidades del tracto reproductivo.
Xavier Sala-i-Martín, tan brillante economista como coloridas sus chaquetas, comentaba un estudio que concluía que, en igualdad de condiciones, las rubias ganan 7% más que las morenas. Pero la razón no era al parecer por ser menos o más inteligentes, pues el mito que el número de neuronas es directamente proporcional al nivel de eumelanina, sustancia que determina el nivel de oscuridad del pelo, es rotundamente falso. Hay que ver las rubias tan inteligentes que conozco, así no te volteen a ver.
La causa parecía ser su nivel de autoconfianza, condición supuestamente valorada en el mercado laboral. Sin embargo advertía dos cosas: que las morenas no corrieran a teñirse de monitas porque lo de la autoconfianza se construye desde la infancia, y que aunque las rubias supuestamente ganaban más que las pelinegras, tenían más dificultades a la hora de encontrar trabajo, sobre todo si quienes seleccionan al personal son mujeres no rubias.
Pero como la ciencia es un camino inacabado e inacabable, ahora otro estudio publicado hace pocos meses, y realizado por Evgenia Kogan Deche de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, parece contradecir algunos de los anteriores “hallazgos”. Según el experimento realizado, parecería que el pelo rubio tiene un impacto negativo significativo en los salarios de las mujeres jóvenes, pero no en el de los hombres, aunque el efecto negativo disminuye con la edad, pues el tiempo, que lo cura y pone todo en su sitio, termina por definir que el profesionalismo y el desempeño no tienen nada que ver con el color del pelo, incluso si no se tiene ninguno.
Sin tener que escribir cualquier cosa en Journals para que te den puntos en el escalafón profesoral, el “descubrimiento” sabido hace tiempo es que lo que realmente importa, está debajo del pelo.