El 29 de agosto, mi país, Brasil, cruzó el umbral de las 120.000 muertes por causa de covid-19. Con alrededor de 900 nuevas muertes al día, aún no hemos visto una tendencia a la baja. Quería entender por qué muchos brasileños no parecen molestos por esto, así que decidí tomar una medida desesperada: comencé a ver las transmisiones semanales en vivo del presidente Jair Bolsonaro en YouTube y Facebook.
Sí, sé que suena inútil, tonto y masoquista, y en cierto modo lo es. Pero después de ver tres meses de transmisiones, ahora puedo decir que todo ha cambiado. ¡Al fin!
Después de todo, era solo una cuestión de perspectiva. No debería haber confiado en los medios de comunicación tradicionales para obtener información, porque “no tienen nada bueno que decir sobre Brasil”, según Bolsonaro. Él está en lo correcto. Las transmisiones presidenciales en vivo, por el contrario, siempre son alentadoras, incluso si esto se logra principalmente disputando cualquier noticia negativa sobre su gobierno.
Apenas unas semanas antes de su investidura en 2019, Bolsonaro prometió que entregaría a sus seguidores una transmisión en vivo semanal que explica las acciones del gobierno. Explicó que los principales medios de comunicación a menudo tergiversan los hechos. “No hay tergiversación aquí”, dijo. “Obtienes la noticia directamente”.
Si solo hubiera sabido esto antes. Hubiera aprendido, por ejemplo, que la Organización Mundial de la Salud es en realidad “de mala calidad” y que “perdió credibilidad”. No debería haberme preocupado por sus informes epidemiológicos. Según Bolsonaro, la organización está “dejando mucho que desear”. No reconoció el efecto milagroso de la hidroxicloroquina, una droga contra la malaria que curó de covid-19 a unos 200 empleados del gobierno. “Nadie fue hospitalizado”, garantizó.
Después de observar al presidente durante tantos días, finalmente entendí que la felicidad es una cuestión de elección. Bolsonaro acusa a la OMS de ser “contradictoria” y “una de las cosas menos científicas” del mundo. Se puede inferir que lo más científico son las opiniones del presidente, siempre con los mismos argumentos. “Muchos médicos ya están diciendo que las mascarillas no protegen nada”, dijo recientemente. “Esta es otra farsa que vamos a ver”.
El 25 de junio, afirmó: “Nadie protege el medio ambiente más que nosotros”. Bueno, esto es un alivio. Resulta que la selva amazónica no se está quemando realmente, porque “no puede incendiarse”. Bolsonaro afirma que los devastadores incendios en la Amazonía son una noticia falsa creada por periódicos brasileños, algo que los medios extranjeros han propagado. Cuando admite que hay algunos brotes de incendios en la región, no culpa a la agroindustria sino a los pueblos indígenas, “caboclos” (personas de origen mixto indio y blanco) y habitantes de las riberas. “Es su cultura”, dice. Para respaldar sus afirmaciones, se refiere a estadísticas de fuentes desconocidas. “No sé quién dijo esto, pero...”.
Muchos lectores supondrán que mi cerebro se ha vuelto papilla después de ver las transmisiones de Bolsonaro, pero estas son afirmaciones totalmente infundadas, a diferencia de la implacable precisión del presidente.
Durante una transmisión en agosto, dijo de algo que había escuchado: “No sé si es cierto o no... ¡Sí, es cierto!” Y luego, en la misma transmisión, “Nos llamó la atención, no diré que provenga de fuentes confiables”. En otra ocasión, abandonó todos los escrúpulos y simplemente nos pidió que confiáramos en él: “Tenemos noticias reales de que los hospitales tienen camas de sobra”.
El problema con los periodistas es que a menudo “actúan con picardía”, como aprendí. Uno de ellos preguntó el 23 de agosto, durante la visita del presidente a una catedral, por qué la esposa de Bolsonaro recibió 89.000 reales (más de $ 16.500) de Fabrício Queiroz, un exasistente legislativo que presuntamente tenía vínculos con las milicias de Río de Janeiro, grupos paramilitares clandestinos, que funcionan como una especie de mafia. El presidente respondió diciéndole al periodista: “Tengo ganas de darte un puñetazo en la boca, ¿de acuerdo?” La pregunta sigue sin respuesta.