Por david E. Santos Gómez
Mientras España afronta una pavorosa segunda ola de contagios por coronavirus, que le obligó a volver a las restricciones más duras y luego a declarar estado de alarma, la extrema derecha peninsular no tuvo mejor idea que proponer una moción de censura contra el gobierno de Pedro Sánchez. Vox, el partido político que representa como pocos la diestra más intransigente, pidió una votación para sacar del poder al Partido Socialista que, tras elecciones y acuerdos con otras colectividades, dirige la nación. En momentos de búsqueda de unidad nacional, la derecha se propuso resquebrajarlo todo. El resultado no pudo ser más patético: sumaron 52 votos de 350 y el presidente Sánchez salió fortalecido, con más apoyos que antes.
La moción impulsada por Santiago Abascal, líder de Vox, es la de menor apoyo en la historia de la democracia española y dibuja un panorama sombrío para los ultraderechistas que pretendían un vuelco en la política de ese país. Ni siquiera los conservadores del Partido Popular (PP), que han coqueteado con los ultras en los últimos años, les dieron la mano. Pablo Casado, líder del PP, se diferenció de Abascal al decirle directamente: “No queremos ser como usted. No somos como usted”.
Pero, además, la jugada resultó en una cabriola favorable a los socialistas, ahora con más margen de maniobra que antes. Vox y su comandante Abascal ofrecen un buen diagnóstico de esas políticas rancias y anacrónicas que merodean por el Brasil de Bolsonaro y el Estados Unidos de Trump. En nuestro país, se pueden ver también aquellos que desde la derecha aplauden los discursos antiinmigrantes, racistas y homofóbicos de la organización española.
Decía el filósofo José Luis Villacañas, después de fracasar la moción en su parlamento, que la derrota ultraderechista configuraba un gran día para la democracia. Que la payasada y el teatro de los oportunistas, en momentos de apremio como los actuales, no deberían tener cabida. Y está en lo cierto. Ni hoy ni nunca. El último lustro nos ha dejado una vidriera detestable de radicales que solo nos quieren hundir para sus propios beneficios. Por eso, lo más urgente es que se ofrezca una ciudadanía crítica, que desenmascare a los políticos circenses que sustentan cualquier teoría en medias verdades o falsedades plenas. De esos, abundan por igual en España y en Colombia.