En Bolivia hay un programa desde hace tres años que se llama Libros por rejas, que busca combatir el hacinamiento carcelario e incentivar la lectura en instituciones penales del país andino-amazónico a cambio de reducir los tiempos de condena de los reclusos. El funcionamiento y alcance del proyecto tiene como pilar la voluntad de los presos de leer. Estos eligen un libro de la biblioteca que tiene su centro penitenciario y, al acabar la obra, ya sea a través de una prueba escrita o un ensayo, el responsable del área pedagógica del recinto penitenciario puede determinar acreditar, a través de un certificado, una disminución de la pena.
La noticia, leída en El País de España el 20 de agosto, me sigue dando vueltas. Pienso en quienes están en esas cárceles hostiles, tan latinoamericanas, donde no hay dignidad, y hasta en una cárcel debería haberla. Pienso en quienes jamás han leído un libro y se aventuran a abrir las páginas de lo que llegue, porque con seguridad no habrá un promotor de lectura que oriente. Pienso en tantas cosas, pero al final, así esa lectura tenga un sentido utilitarista, la idea me gusta, más cuando las cifras de lectura en nuestro continente son tan desalentadoras. Y Bolivia, desde luego, no es la excepción.
Según cifras de una encuesta realizada en 2021 por la empresa de investigación de mercados Ipsos sobre los hábitos de lectura en el país, el 46 % de los bolivianos no lee ni un libro al año. Libros por rejas comenzó con 160 inscritos. Actualmente hay 865 participantes, de los cuales un poco más del 50 % ha culminado un libro. No está mal cuando pensamos que un libro leído suma mucho a este camino que, por diversas razones, tantos no han considerado una prioridad en sus vidas.
Ahora, no todo ha sido color de rosa para quienes deciden aventurarse en la lectura; por lo visto, los tiempos narrados en Fahrenheit 451 perduran, o al menos así lo cuenta Mildred Solís, una interna del Penal de Obrajes quien lleva varios libros a cuestas, pero un día, recuerda con tristeza en la nota, las personas a cargo de la seguridad del penal, al momento de controlar la limpieza en las habitaciones, encontraron cuatro libros bajo su almohada y le transfirieron a otro espacio con el argumento de que “no es normal que alguien tenga tantos libros”.
Leer para ser libre o estar libre para leer, pienso en la dicha de todos los que podemos ir ya mismo a una biblioteca y prestar lo que queramos sin ser sospechosos de nada. Pienso que el nuevo ministro de Justicia, Néstor Osuna, por fortuna un gran lector, ya debe tener en su mente ideas similares para que los presos de nuestro país puedan tener una segunda oportunidad sobre la tierra. Los libros son generosos y comprensivos, no juzgan, acompañan y cambian vidas