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David Escobar Arango
Columnista

David Escobar Arango

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Leer rápido, leer despacio

Por David Escobar Arango*

david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

Despierto, chequeo la hora y es temprano, tengo tiempo antes de que el mundo inunde mi teléfono. Tomo mi libro de poesía andalusí, voy en el capítulo de Avicebrón, poeta judío de al-Ándalus, nacido en Málaga en el siglo XI y me detengo en el primer verso de la “Elegía en honor de Yusûf Negrella”: “¿Por qué, destino, aras sobre mis espaldas?”. Debe doler que aren en tus espaldas, pienso. Pero se ara para sembrar, concluyo. Cierro los ojos y pierdo la noción del tiempo; al rato, los abro de nuevo. El poeta le sigue cantando al destino: “Para ti prepararé un lugar en mis entrañas / y en mi corazón para ti fijé una tienda”. Similar a la idea romana de amor fati, me digo. Hago una pausa, ha pasado más de una hora y en minutos me esperan en una reunión. ¡Tres versos en una hora! Quizás por eso estas palabras escritas hace más de mil años se asientan en mi mente, las sigo rumiando por semanas y cada día me enseñan algo nuevo.

“Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado”, dice el nobel Vargas Llosa. ¿Pero qué, cuánto y, sobre todo, cómo leer? Se calcula que estamos en una época en la que se publican unos dos millones de libros por año, sin contar infinidad de contenidos en línea. ¿Hacemos una tertulia sobre la lectura rápida y sus implicaciones? ¿Hablamos de la necesidad existencial de la lectura, de la importancia intelectual y espiritual de la lectura lenta, profunda, degustada? ¿Conversamos acerca de cómo leer, ahora que estamos en días de pausa navideña, ideales para recorrer con calma ese libro que lleva meses esperándonos?

Para liderar bien hay que leer mucho, afirman varios expertos en gerencia. Bill Gates, por ejemplo, es un lector selectivo y voraz. El directivo empresarial en promedio lee unos 60 libros por año y algunos, incluso, llegan al centenar. Los líderes de un mundo cambiante deben leer para mantenerse al día, para comprender los cada vez más complejos desafíos de la humanidad y de las organizaciones. Pero ¿será la lectura rápida la solución? ¿O tendrán razón las abuelas cuando repiten que de los afanes no queda sino el cansancio?

La lectura rápida tiene cierta utilidad, pero debemos reconocer sus riesgos. A los lectores rápidos, entre los que a veces me encuentro, los reconocerás porque te lo harán saber con cierta vanidad, hablamos de leer por bloques, de escanear, de escoger qué párrafo leer a partir de la primera frase y de evitar la vocalización. Lo cierto, lo explica la experta en aprendizaje y neurociencia Anne-Laure Le Cunff en su artículo “La falacia de la lectura rápida: el caso por la lectura lenta”, es que entre más rápido leemos, menos comprensión y retención logramos. Además, de la lectura frenética nos pueden quedar algunas ideas, pero nos perdemos la sensualidad de detenernos en una bella palabra desconocida, de volver atrás para conectar mejor, de la recreación de imágenes e historias en nuestra mente. Es imposible aprender si no degustamos el proceso.

Quizás el camino sea no leer más rápido, sino leer mejor. Elegir bien cada texto, en esto los clásicos nunca fallan y la poesía nunca sobra. Luego, cuando no haya enganche, abandonar sin vergüenza ni culpa, no perder tiempo y energía. Leer lento, por otro lado, explica Le Cunff, es como una meditación, reduce el estrés, mejora el aprendizaje y aumenta el placer (lo cual nos incentiva a dedicarle más tiempo a la lectura). Hagamos la tertulia, invitemos a lectores obsesivos, enamorados, rápidos y lentos, e inspiremos el encuentro con esta sabia frase de Naval Ravikant: “Entre más inteligente es alguien, más despacio lee”

* Director de Comfama.

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