Ante la desazón, lee, lee al azar, sin orden, sin preámbulo, sin pedir nada a cambio. Lee porque sí cuando estés angustiado y triste, cuando estés muy contento también, lee para que entiendas lo inexplicable de la mismísima y absurda realidad. Lee, si quieres, seguramente sentirás que eres un soplo de la vida y podrás volver a respirar, sin importar la densidad del aire ni la rabia.
Leo entonces un libro de Elías Canetti que se llama “El testigo escuchón”, y encuentro la calma, me quito la furia y decido no olvidar, pero sí restarle el 00.1 por ciento que me quedaba de confianza por el bufón de Ernesto Macías, qué ridículo el que hizo el 20 de julio en el Congreso, lugar sagrado que ha dejado de serlo porque cada vez más la mezquindad y la trampa se escuchan en vivo y en directo, quedan grabadas para vergüenza del país que aún cree en personajes mínimos como él.
Y se hicieron la luz y las palabras y yo me fui enredando en ellas y me quedé con las palabras, con las siguientes, tan lúcidas, tan pertinentes de mi querido Elías: “El Lengüipronto habla sobre patines y adelanta a los peatones. Las palabras se le desprenden de la boca como avellanas vacías. Son livianas porque están huecas, pero hay muchísimas así. De mil vacías sale una con fruto, aunque por casualidad. El lengüipronto no dice nada que haya meditado previamente, lo dice antes. No es su corazón lo que rebosa, sino la punta de su lengua. Tampoco importa lo que diga, siempre y cuando se lance a hablar. Con un parpadeo señala que el discurso sigue, que aún no ha terminado, luego vuelve a parpadear y sigue parpadeando hasta que el otro abandona toda esperanza y lo escucha”.
Próceres de la patria, hombres correctos y leales, hombres dignos que están en la palestra, no permitan que sean invadidos por lengüiprontos, mucho menos por tramposos e incorrectos, hagan que recuperemos la confianza y la seriedad, dejen de jugar sucio entre ustedes, sean más concretos para que puedan ir por fin a las librerías y a las bibliotecas, para que vayan a los museos con sus hijos y se coman un helado sin angustia en una banquita de parque. En este país no debería haber más espacio para la decepción, para el engaño, para los lengüiprontos. Salvemos la poca dignidad que queda del Congreso, estamos a tiempo.
Mientras escribía este artículo me pasó que cuando quería escribir “vacías” mi inconsciente digitaba “políticas”. ¿Será por algo? Ya me estoy cansando de que cada que pienso en un político y en la política se me ocurren cosas malas, superfluas, Colombia necesita una nueva oportunidad sobre la tierra.