Amable lector. Sobre las manifestaciones callejeras, paros o cacerolazos que se han ido entronizando en nuestro medio, quizá valga la pena exponer algunas consideraciones, que de continuar así, más adelante podrían tener consecuencias nefastas para la democracia.
Se afirma que el mayor aporte que hizo Napoleón Bonaparte a la táctica de la guerra fue la modalidad de las escaramuzas. Primero enviaba la masa de reclutas, valga decir, los agitadores, para provocar al gobierno y conocer sus debilidades. Detrás estaba lo que se denomina la guardia profesional que desde las sombras actuaba al final; numéricamente eran menos. El trabajo de desgaste lo hacían los primeros.
Es ingenuo pensar que dentro de la multitud que protesta, la mayoría sin saber qué quieren, siempre hay una turba de delincuentes adiestrados para hacer el mayor daño, no solo a los bienes públicos y privados, sino a las fuerzas del orden. Suponiendo que estas marchas no hagan daño a los bienes materiales, es evidente que perturban a una gran mayoría de personas que deben cumplir una jornada laboral, atender una cita médica, un compromiso cualquiera o regresar al hogar. Estas últimas sin excepción piensan que al gobierno no le ha importado que unos pocos maltraten a las personas mayores, niños y mujeres indefensos. En los años previos a la consolidación del comunismo en Rusia, Lenin y los suyos emplearon estas prácticas hasta conseguir el poder absoluto.
Quienes cultivan la tierra saben que si las plantas y arbustos no se riegan, mueren. En otras palabras, el agua es vital para el crecimiento de estas, incluyendo la maleza. Es difícil entender que los medios de comunicación: hablados, escritos y de la pantalla, hasta ahora han sido como el agua el principal apoyo de estas marchas que más tarde serán sus verdugos.
Tampoco es fácil comprender por qué el Estado ha sido negligente en identificar y castigar a los vándalos, sabiendo que hoy se cuenta con todos los recursos para señalar a estos forajidos cuya misión de desestabilizar el gobierno.
Sin duda alguna, la apatía del Estado fortalece a los violentos y al final aparecerán los ideólogos de la izquierda radical, que destruyen no solo la democracia sino buena parte de los bienes de producción, sin que casi nunca, como en Cuba y Venezuela, tengan claro, cómo edificar un mundo mejor para todos. Es un hecho cierto que los comunistas criollos han demostrado su capacidad para arrasar y no para construir. A pesar de ello los más desprotegidos, que son muchos, sueñan que tendrán una vida menos dura.