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Humberto Montero
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Humberto Montero

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Libertad contra la genocida dictadura china

Por humberto montero

hmontero@larazon.es

Fue un fraile capuchino quien me abrió los ojos. “Ha bastado el más pequeño y deforme elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos (...). La pandemia nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia”, afirmó el pasado Viernes Santo el padre Cantalamessa, encargado por el Santo Padre de la homilía en tan solemne ocasión. Enfundado en su modesto hábito marrón ceñido por una cuerda, el padre prosiguió su prédica ante el silencio abrumador de la basílica de San Pedro. “Pero atentos a no engañarnos. No es Dios quien ha arrojado el pincel sobre el fresco de nuestra orgullosa civilización tecnológica. ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!». Por eso, el sermón del predicador de la Casa Pontificia fue un prodigio de esperanza en tiempos sombríos. “Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad (...). No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano. Construyamos una vida más fraterna, más humana y más cristiana”. Amén. Sinceramente, replicaría aquí cada palabra del padre Cantalamessa, así como del sermón que pronunció el pasado Sábado Santo el Papa Francisco, porque hay en ellas más verdad que en cuanto pueda yo escribir en mil columnas. Sin embargo, permítanme añadir unas pocas ideas que podrían ayudarnos a superar este trance y a evitar males mayores cuando eso ocurra.

En primer lugar, el virus no es un dios. No es capaz de todo. No vuela libre ni se cuela por debajo de las puertas de nuestras casas. Debemos respetar sus reglas, pero no temerlo. En sí mismo, no es más que un organismo primitivo. Por no tener, ni patas tiene. Lo venceremos, que nadie albergue dudas. Escribí la semana pasada que la mascarilla era nuestra principal arma defensiva. El virus solo viaja en nuestra saliva, como todos los coronavirus. Por fin la OMS y casi todos los gobiernos han visto claro que el uso de tapabocas es clave. Como también lo son la higiene y costumbres tan lógicas como dejar los zapatos a la entrada de la casa o incluso fuera, porque en sus suelas entra porquería de toda clase y condición.

En segundo lugar, multitud de mastuerzos con títulos universitarios regalados y pseudointelectuales están aprovechando la pandemia para agitar el apocalíptico fin de la globalización, del capitalismo y hasta de la democracia liberal. Su objetivo: sustituirlo todo por más Estado, más impuestos, más subvenciones para tener comprado al hambriento pueblo y, en definitiva, hacernos tragar con la instauración silenciosa de la dictadura comunista, del castro-chavismo zarapastroso en el que la élite política vive como dios mientras a los demás nos reparten las migajas. Esos pseudointelectuales de guiñol son los que viven en lujosos áticos y mansiones ajardinadas. Los mismos que van a la última y pasan sus confinamientos debatiendo por videoconferencia cómo acabar con la democracia liberal.

Pero que no se hagan ilusiones. Si no nos dejaremos vencer por un moco verde que viaja envuelto en babas, mucho menos por un puñado de aprovechados cuya incompetencia ha dejado miles de muertos y economías devastadas por su ineptitud, no por el fracaso del capitalismo. No nos harán tragar sapos por culebras para evadir su irresponsabilidad. Llegado el momento, pagarán todos aquellos que minimizaron lo que ocurría en China, primero, y luego en Italia. Los que desoyeron las advertencias, los que malinformaron. Pagarán para hacer del mundo un lugar más justo, más fraterno y más humano. Un virus nos ha mostrado que nuestro pedestal de omnipotencia no es más que un delirio. Y un virus nos ha mostrado que las dictaduras son mentirosas hasta provocar genocidios, véase China, y que solo la democracia nos hará libres. Hoy más que nunca .

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