Yo creo que nadie olvida su primera bicicleta. La mía era una Arbar roja con frenos de contrapedal. Durante muchos años esa bicicleta la compartimos mi hermano y yo. Uno daba una vuelta y el otro esperaba o, a veces, uno iba manejando y el otro se sostenía en la barra o en los tornillos de atrás. Aún recuerdo los quemones en las piernas por culpa del roce de las llantas. ¡Juemadre, sí que ardía cada una de esas heridas, pero qué goce!
Me atrevo a decir que la bicicleta es la primera forma de libertad. Cuando uno es un niño, darle la vuelta a la manzana es como fugarse de casa, es poner a prueba el tiempo: entre más rápido se pedalee, menos son las posibilidades de que tus padres te descubran.
Cada que pienso en la bicicleta de mi infancia recuerdo lo que escribió Marc Augé en su libro “Elogio de la bicicleta”, que es un instrumento indispensable para las personas más modestas, pero también un símbolo de los sueños y la evasión. “Expresaba la ambivalencia de una situación en la que las durezas del presente aún se medían con la vara de las promesas del futuro”. Llegué a creer que con una bicicleta ningún lugar era distante. Y es verdad, pedaleando se puede llegar a cualquier lugar, solo es cuestión de tiempo.
Y este recuerdo volvió a mi memoria después de leer el libro que escribió el periodista Guy Roger, “Egan Bernal y los hijos de la cordillera”. Desde luego, la historia va más allá, casi hasta comprender lo que somos: Colombia es la cordillera y la cordillera es Colombia, sin ella no habría ciclistas, por eso esta tierra no se cansa de darlos: son del campo, de la niebla, de la altura, con todo lo que esto implica. No hay nadie más persistente que un ciclista, por algo, como dice Nairo: “No por haber tenido una mala cosecha se deja de cultivar. Mientras uno esté dispuesto a sufrir encima de la bicicleta, todo está permitido”.
Los ciclistas de este país siembran día a día, lo han hecho tantas veces que ahora es imposible comprender las pruebas más importantes del mundo sin un colombiano en ellas. Los ciclistas de este país saben de libertad, la han conseguido sin alharacas, simplemente rompiéndose todo, creyendo que cada logro es la posibilidad de que algún día cambiemos el rumbo triste que nos agobia. Las ilusiones que nos han dado los ciclistas colombianos son de una dignidad absoluta, y eso se cuenta muy bien en este librito amarillo