Cómo no comprender que millones de personas pidan un cambio cuando la superación de la pobreza aún no llega a innumerables barrios, municipios y veredas del país. No hay palabras cuando se conoce la precariedad en la que habitan tantas personas en medio de las principales ciudades y en donde el desarrollo solo alcanza a algunos sectores. Solo queda guardar silencio al escuchar historias sobre el control territorial de grupos armados y en lugares donde son estos quienes imparten justicia y tienen en sus manos la vida de los habitantes.
En este país inspirador de películas animadas que rompen taquillas, cuna de algunos de los artistas más destacados a nivel mundial y de deportistas que superan adversidades para romper récords en sus disciplinas, hay un profundo dolor y abandono poco conocido. Negar o matizar la dura realidad que millones de colombianos viven a diario es una equivocación y una injusticia.
El llamado al cambio que tanto escuchamos por estos días es un reclamo justo que debe ser atendido y no confundido como un grito electoral pasajero. Considerar las manifestaciones sociales de quienes piden mayor atención y reformas como estratagemas ideadas por políticos que buscan el caos es una equivocación. Es necesario entender que hay una nueva generación, mejor educada que otras anteriores y conectada al mundo a través de un celular, que tiene expectativas y demandas más exigentes sobre lo que debe hacer el Estado. Y si bien este no es un ente todopoderoso, y el proceso de la ejecución en lo público es complejo, es sensato que haya un clamor por que Colombia se transforme más rápidamente y lo siga haciendo con un enfoque en los sectores más pobres de la población.
La demanda por cambio debe materializarse en lo más básico: vivienda para quienes carecen de ella, servicios públicos de buena calidad, atención efectiva de quienes carecen de alimentos, presencia efectiva y permanente de las instituciones del Estado e infraestructura educativa digna y de calidad, entre muchas otras. Las buenas noticias sobre el crecimiento económico del país deben ser mucho más que gráficos que salen en las primeras páginas de los periódicos especializados del país. Es necesario transitar de buenos titulares a más obras tangibles que los ciudadanos podamos ver en las calles de Colombia.
A pocos días de elegir el próximo presidente de Colombia, una pregunta fundamental es quién de los candidatos tiene la capacidad de comprender, con humildad y apertura, las voces por el cambio social y, más importante aún, cuál de ellos tiene la capacidad de materializarlo.
Encuentro en Federico Gutiérrez, Fico, un líder para quien las duras realidades no son ajenas y tiene el don de dialogar serenamente con quienes piensan diferente a él. Veo en Fico una persona sensible ante el dolor y las dificultades de los otros, y cuyo objetivo está centrado en atender la pobreza de Colombia. Digo esto no porque lo haya leído o visto en televisión, sino porque soy testigo de su atención y liderazgo en la recuperación puerta a puerta de niños y niñas que faltaban al colegio, de la atención a familias migrantes que dormían en parques de Medellín y de su presencia decidida en barrios donde grupos de violentos atemorizaban a sus habitantes. Tengo la certeza en que Fico escucha el grito por el cambio como una demanda urgente y justificada y no como un cántico de sus opositores. Por esto confío y votaré por él