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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

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Lo que no pueden las palabras

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

En apariencia, los vocablos “futuro” y “porvenir” son sinónimos. Vistos con lupa, cada uno sugiere una inclinación. El futuro es pariente del destino, un albur, un océano de probabilidades de entre las cuales nadie logra asegurarse.

El porvenir, en cambio, es categórico. Es algo que está por venir, para venir, formateado para llegar. De ahí que tenga como prefijo la preposición por. Se refiere a lo que ha de llegar. A la mujer que ha de llegar, por ejemplo. A la señalada en el horizonte.

El porvenir, entonces, conlleva cierta seguridad. Se le apuesta al porvenir, mientras el futuro es apenas objeto de adivinanzas, de titubeos. Las pitonisas son maestras en avistar el futuro que está encerrado en las bolas de cristal, especie de pantallas cuyo centro está en todas partes.

Quienes acuden al horóscopo o a la carta astral son por eso gente temerosa. Se arrodillan ante los videntes y depositan por entero en ellos el poderío sobre las acechanzas de su vida en adelante. Su postura es de feligreses.

En contraste, quienes hablan del porvenir son los empoderados. Piensan que es posible forjarlo, que tienen fuerzas para doblegar los obstáculos y clavar picas en la cumbre. El buen suceso les llegará como recompensa a un merecimiento. Son reyes del hado, predestinados.

Dice el diccionario de Corominas que la palabra porvenir, a pesar de tener antecedentes en el castellano de mediados del XV, es un calco del francés avenir a comienzos del XIX. La preposición gala à es enfática. Combinada con el verbo venir, indica poco menos que un mandato: una cosa tiene que venir.

Así las cosas, alguien de porvenir resultaría más bendecido que quien simplemente aguarda su futuro.

No obstante, es prudente mirar las palabras con una pisca de sal. Las palabras nombran la realidad, pero la realidad es gelatina, agua entre los dedos. No bien un afortunado poseedor de porvenir cacarea su suerte, aparece el azar y desbarata sus ínfulas.

En cambio, aquel que tiembla ante su futuro es posible que se abandone al fluir de las casualidades y consiga así navegar sobre las olas en una tabla sabia. Su instinto lo convierte en aliado de la sabiduría huraña del universo.

Las palabras son poderosas, pero más poderosa es la existencia con su costal de imprevisibles.

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