Por david e. santos gómez
Para el expresidente Andrés Pastrana, el más impopular entre los impopulares expresidentes que en desdicha nos han tocado en Colombia, el proceso de paz de Santos fue el peor que se ha hecho en el país. Peor incluso que el adelantado por él, en el Caguán, en el que despejó 42.000 kilómetros cuadrados, en el que las Farc se fortalecieron militarmente, en el que aumentaron los secuestros y los asesinatos y las tomas guerrilleras.
“42 mil kilómetros en Colombia no son nada”, dice en la entrevista que le concede a El Espectador. Y no eran nada, porque -retomando las palabras de Timochenko- eso ya era de ellos. O sea que para el conservador el Estado lo que hizo fue cederles, a los que ahora llama terroristas, la propiedad de unos terrenos que no necesitaban escritura.
Con sus palabras desquiciadas y sus argumentos falsos Pastrana encarna muy bien esa élite desconectada de las realidades políticas, económicas y sociales del país. Marinada en años de privilegios, pero falta de carácter. Carente de principios y rabiosamente incoherente.
A él no le sirven las cifras que demuestran una disminución del conflicto. Como un niño que se tira al suelo a llorar, Pastrana dice que estábamos mejor en sus años de mal gobierno. No importa que se le presente la evidencia de que entre 1998 y 2002 Colombia estuvo en el desbarrancadero por su permisividad y su incapacidad administrativa.
No hace falta agudizar mucho la inteligencia para saber de dónde viene la actitud pastranista. Para entender que es sentimental y que no responde a verdades. El expresidente considera que lo firmado en La Habana fue el peor proceso simple, y llanamente, porque su firma no está ahí.
Pero Pastrana no es un hombre de fiar. En el zoológico político colombiano se conocen muy bien sus brincos. Sus posturas escurridizas. Como cuando pasó de ser un rudo antiuribista a pedirle fotos sonriente al del Centro Democrático. O cuando apretó las manos del mismo César Gaviria al que una vez catalogó de “eslabón perdido del proceso 8.000”.
Así que quizá mañana amanezca alabando las bondades de tener a las Farc como partido político y convencido de que, a pesar de las enormes dificultades, al proceso hay que rodearlo. Todo puede cambiar en su discurso acomodadizo. Dejémoslo solo, como al de la pataleta, y démosle su debido tiempo.