Por José Miguel Urbieta I.
El pasado 12 de septiembre, un informe del diario El País, de España, titulaba que “Cuba vive el mayor éxodo migratorio de su historia”, y agregaba enseguida que “El deterioro económico motiva que unas 180.000 personas hayan huido de la isla en el último año, un número superior al de crisis anteriores”. No es precisamente un informe de un periódico derechista, ni de un reportero militante del exilio cubano en Miami.
Si bien, por un lado, hay noticias recurrentes sobre el régimen castrista y los tejemanejes de la dictadura, hay pocas sobre la dramática situación de los cubanos. Eso sí, la dictadura no contaba con una formidable herramienta que derriba su potente aparato propagandístico: las redes sociales, a las que los cubanos acuden cada vez más para denunciar ante el mundo la miseria a la que la dictadura y la corrupción del régimen los han condenado. Los cubanos, señores lectores, están aguantando hambre. Los ancianos están en los huesos, no hay medicinas, no hay víveres, no hay elementos de primera necesidad.
La propaganda castrista tiene aliados en todo el mundo. Los gobiernos latinoamericanos se arrodillan ante esa tiranía. La intelectualidad babea ante los Castro y los “barbudos” (el propio nobel García Márquez fue propagandista de la tiranía hasta el día de su muerte, con reportajes que hoy causan pena ajena). Pero ninguno de ellos, quejándose en sus países y atacando su propio sistema político, se va para Cuba. Allá no podrían ser generosamente remunerados por ONG extranjeras.
Los cubanos están solos. Padecen largas horas del día sin energía eléctrica. Cuando protestan, el actual dictador, Miguel Díaz Canel, los insulta y les dice “indecentes”