Dorados, locos, felices: los adjetivos fueron cortos para calificar los años de la segunda década del siglo pasado. Los felices años veinte se convirtieron en leyenda. Luego de superada la Gran Guerra del 14, luego del barro y sangre de las trincheras, vino el optimismo.
Las películas muestran las largas faldas de las damas, el consumo como panacea, la prosperidad económica. Estados Unidos y Europa entraron por fin al siglo XX entre risas. Las gentes pensaban que lo peor había pasado, que más abajo no podía llegarse. La posguerra era una fiesta, pintores y escritores alababan el mejor de los mundos posibles.
Solo que las cifras macroeconómicas estaban incubando la Gran Depresión. La especulación llevó a la quiebra de la bolsa de Nueva York a finales del 29. Como consecuencia, la caída de los préstamos norteamericanos para la recuperación de Alemania cocinó el ascenso del Nacional Socialismo y el tacaño bigote del Führer se fue erizando.
De modo que los dorados años veinte fueron una alucinación. El mundo ignoró que la guerra es algo que llega después de la posguerra. Y se embriagó.
Hoy, cien años más tarde, estamos entrando a otros años veinte. La diferencia está en que por ninguna parte se les ve la felicidad. En cambio, es clara su locura en la acepción más desgraciada de este sustantivo. No bailamos un carnaval de democracia, tampoco derrochamos oro ni plata.
Colombia y el mundo tiemblan en medio de regímenes dementes. Aquí y allá nadie cree en nada. Bajo el estrepitoso derrumbe de los políticos, fueron aplastados los jueces, los militares, los cardenales, las constituciones, la democracia, los modelos de Estado, los académicos, los banqueros, los billonarios.
Los felices años veinte son hoy los desquiciados años veinte. Un siglo bastó para que la historia se mordiera la cola. La humanidad progresa en aparatos, construye edificios en diez días, pero retrocede como cangrejo cuando se trata de llevarse bien unos con otros.
La actualidad es sabia en instrumentos para destripar a opositores con drones, sin arriesgar siquiera el pellejo. En contraste, es tosca para dejar vivir a quienes entregaron las armas y a quienes defienden el derecho humano de respirar bajo el mismo azul. ¿Qué seguirá cuando termine esta posguerra de tantas guerras acumuladas?.