Había que verla, pues muchos por estos días la han comentado. Algunos para aplaudirla, otros para criticarla y varios más pensando que así conocerán la figura del Papa Francisco (y Benedicto). Varios preguntan por la veracidad de los diálogos y de los hechos que narra la película “Los dos papas”, una producción de Netflix protagonizada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce.
Esta producción está basada en hechos reales pero, como en la mayoría de películas con estas características, la línea entre lo veraz y la ficción es muy delgada y en este caso genera entre la audiencia una imagen injustamente negativa de Benedicto XVI, a quien pintan como el anciano intransigente, cerrado al diálogo, apegado ciegamente a las normas y sin talla intelectual para explicar las enseñanzas de la Iglesia, atascado en el pasado y, lo más triste, encubridor de abusos sexuales (él se ha reunido con varias víctimas, fue el primero en escribir en 2010 una dura carta pastoral sobre el tema, a propósito de los casos en Irlanda y sancionó al padre Marcial Maciel a los pocos meses de asumir el pontificado) mientras que a Francisco lo muestran como alguien demasiado blando, abierto a negociar las mismas enseñanzas de Jesús como si la Iglesia fuera una organización que, por traer más adeptos se ve dispuesta a ceder en elementos esenciales.
Y me uno a los comentarios de tantos cineastas de lo bien lograda que está la película, las excelentes actuaciones de sus protagonistas y por ese toque creativo y de humor que ayuda a liberar tensiones y a que el espectador se mantenga enganchado a los largos diálogos (muchos de ellos ficticios y, hay que decirlo, manipulados) vale la pena verla pero no para formarse una imagen de ambos personajes a partir de lo que esta dice.
Y aunque su director, Fernando Meirelles, dijo en una entrevista al diario USA Today que había leído los discursos y textos de ambos papas para inspirarse en la película, da la sensación de que lo hizo a la ligera y teniendo en cuenta solo algunas frases subrayadas para inventar el resto.
Es cierto que el aporte de Benedicto XVI ha sido más desde el plano dogmático e intelectual mientras que el de Francisco ha enfatizado sus discursos al tema de una iglesia misionera vista como un “hospital de campaña”. Pero decir que existe una contradicción entre ambos personajes en temas esenciales, es una gran manipulación de quien se queda solo con las impresiones superficiales de ambos personajes. La película omite detalles como la invitación que hace Francisco a rezar por Benedicto en el momento en que salió al balcón después de ser elegido.
Si el espectador quiere conocer mejor la vida y el pensamiento de Benedicto XVI, le recomiendo (además de sus catequesis, homilías, discursos y encíclicas), que lea los cuatro libros - entrevistas que le ha hecho el periodistas alemán Peter Seewald. En el más reciente (Últimas conversaciones), Benedicto destaca de Francisco su vitalidad, su alegría y su celo misionero en el que siempre quiere salir a las periferias y acercar a los más alejados a la Iglesia. Mientras que para conocer al Papa Francisco, recomiendo “El gran reformador”, de Austen Ivereigh. Él mismo dice que no lo equipara ni con Lutero ni con el Che Guevara sino a alguien que “pertenece a una tradición de reforma radical católica que busca facilitar el acceso de la gente común a los bienes de la Iglesia, que a su vez facilitan la vida con Dios”, dijo Ivereigh en entrevista con Luis Javier Moxó.
El tema de que un papa renuncie tras más de cinco siglos de historia claro que es motivo para hacer una película. Y también el hecho de que a pocos metros de distancia se encuentren el papa en ejercicio y el papa emérito. Este hecho de por sí era ya motivo para una buena producción, por eso creo que no era necesario inventar tanto.
* Fraternidad Mariana de la Reconciliación