Por Ana Cristina Restrepo j.
Saluda. Mira a los ojos a quien te habla. Da las gracias. Di “por favor”. Responde “Sí, señora”, aunque te demores más. No hables con la boca llena...
Los niños, que apenas respiran entre la miríada de órdenes que les damos, ahora están sometidos a una carga normativa superior para sobrevivir a la pandemia y, sobre todo, al miedo: lávate las manos, échate antibacterial, no agarres la baranda, conserva la distancia, ponte bien el tapabocas, no saludes de beso, no abraces, ¡no te toques la cara!
Si los adultos estamos bajo este nivel de incertidumbre (por la vacuna, por la posibilidad del contagio, por las alertas hospitalarias, por el exceso de información), ¿qué podemos esperar de los niños que llevan casi un año dedicados a obedecer sin que se les pregunte mayor cosa? ¿Qué piensan los chiquitos que esperan la ruta escolar con sus tapabocas con cara de oso o superhéroe? ¿Qué ha pasado con los estudiantes –casi invisibles– de las instituciones educativas, y cuya seguridad física y emocional depende del maestro que detecta si hay señales de violencia en casa?
La “nueva normalidad” de los niños se resigna a depender de adultos que hacen lo que pueden para salvarles la vida. Y para empeorarlo todo: los abuelos, el único remanso del régimen normativo infantil, aguantan bajo presiones peores que las de sus mismos nietos.
Según la Unesco, la Unicef y el Banco Mundial, al menos una tercera parte de los niños en edad escolar de todo el mundo (463 millones) no tuvo acceso a la educación a distancia cuando el covid obligó a cerrar escuelas. Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef, advirtió: “La gran cantidad de niños que debieron interrumpir por completo sus estudios durante meses representa una emergencia mundial en materia de educación. Las repercusiones sobre las economías y las sociedades pueden durar décadas”.
El adultocentrismo nos redujo a discusiones sin espacio para los niños. Durante meses, los gobernantes nacionales y locales se rehusaron a hablar de y con los niños: solo empezamos a mencionarlos públicamente cuando los padres de familia manifestaron enloquecer con sus hijos encerrados en la casa. Un estudio de la Universidad de los Andes muestra que las pérdidas de empleo femenino se concentran en las madres (de menores de edad) que no son jefes del hogar y que dejaron de trabajar por el acompañamiento escolar.
El pasado 8 de diciembre, el ministro de Relaciones Exteriores de Irlanda, Simon Coveney, se dirigió a los menores de edad: “Es importante decirles a todos los niños en el país que consideramos que los viajes de Papá Noel son esenciales, debido a su propósito superior. Él estará entre las excepciones y no necesitará guardar aislamiento por 14 días [...]. Las personas deben mantener al menos dos metros de distancia siempre para que podamos mantenerlo seguro, tanto a él como a los niños”.
Jugar con la fantasía y la realidad es hacerlos parte de la conversación, darles su lugar en este momento de la Historia. Ellos son ya protagonistas de una tragedia en términos de desigualdad y movilidad social.
Si los médicos son la “primera línea de combate”, los niños y niñas son quienes recibirán y corregirán todos los errores en nuestro intento de sobrevivir como especie. Son lo más grande del año de la peste.