Tarde vengo a ser consciente de la inconsciencia que ha existido por mucho tiempo con respecto a lo siniestros y depravados que son algunos de los llamados cuentos infantiles tradicionales. Puede entenderse que los niños no se percaten del asunto por su corta vida e incipiente marco moral de referencia, pero que los adultos nunca se hayan preguntado: ¿qué les leen a sus hijos “para que se duerman”? Es tan extraño como horripilante.
No profundizaré en el cuento de Rafael Pombo “La Pobre Viejecita” que no tenía nada que comer, cual exalcalde coleccionista de bolsas plásticas, porque esta avejentada acumuladora solo inspira lástima. Pero resulta espeluznante el del “Gato Bandido”, que cual narcoguerrillero, ahora congresista, decía: “he robado a papá daga y pistolas; ya estoy armado y listo; y me voy a robar y matar gente”, generando la sospecha de que sea esta la inspiración primigenia de la posterior y lamentable corriente literaria de la “sicaresca antioqueña”.
Si se analizan varios cuentos infantiles clásicos, existe un elemento común además de la maldad llevada a extremos que un guionista de cine snuff no se atrevería a plantear. Las acciones depravadas por culpa del hambre.
Empecemos con el cuento de Caperucita, Roja de apellido, que inicia con un bucólico relato de su travesía por el bosque para llevarle unas cositas de comer a la abuelita. Y en ese nutritivo escenario, aparece el Lobo, Feroz de apellido, que en su defensa yo diría que lo que tenía era un hambre la macha, quien inicia una carrera de asesinatos y carnicería humana que termina “felizmente” cuando un cazador a domicilio descuartiza al lobo, y luego de tasajearle el estómago saca a la abuelita y a su nieta supuestamente intactas, como si los jugos gástricos del lobo fueran agua de rosas. Si esto es un cuento infantil, no me imagino a qué cosa aberrante pueda acudir una historia para adultos.
Si los hermanos Grimm estuvieran vivos, deberían ser compañeros de celda de Hannibal Lecter, si es que no lo hubieran convertido antes en un rodízio humano. El cuento de Hänsel y Gretel es un relato pavoroso basado también en las consecuencias de la insuficiencia alimentaria. Los hermanitos sufren terriblemente cuando su madrastra obliga a su padre a abandonarlos en el bosque a causa de la incapacidad de alimentar tantas bocas. El padre intenta evitar tan desalmada acción, pero como suele suceder, la cantaleta de su señora lo derrota. Ingeniosamente superan la muerte por inanición y la pretensión de una Bruja, del Bosque de apellido, que pretendía convertirlos en la proteína de un sancocho antropofágico de “muchacho” y “muchacha” rellenos. Como estoy de mamertamente “inclusivo” ¿cierto? Luego de dejar a la bruja en brasas y sin joyas, huyen a casa donde celebran jubilosos el reencuentro con su padre y la muerte providencial de la madrastra. Qué tierno ¿no?
Y después dicen que son los niños los que no dejan dormir a los papás.