* Director de Comfama.
Querido Gabriel,
“Los límites de las empresas se han expandido. Ya no podemos preocuparnos solamente por empleados, clientes y Gobierno. Cada uno de ustedes tiene que preguntarse qué pasa al interior del hogar de sus trabajadores, por su familia, ¡por sus mascotas!, por sus problemas y por las posibles soluciones”, dijo Ramón Mendiola, presidente de Fifco, la admirada empresa costarricense, en un encuentro de capitalismo consciente. “¿Cuántos de sus empleados son pobres?”, nos retó. “Si no lo saben, más les vale que lo averigüen”.
Se estima que en las grandes empresas de nuestra región tenemos un indicador de pobreza que llega a niveles del 10%, lo que quiere decir que unas 60 mil familias de los empleados de las más admiradas organizaciones de Antioquia viven bajo la línea de pobreza. En el modelo tradicional capitalista anglosajón esto no es asunto nuestro. Si pagamos salarios legales, con prestaciones, hicimos ya lo que nos corresponde. Sin embargo, en los tiempos que corren, es un desafío colectivo. Así como cada familia debería poner de su parte para trascender esta realidad, ¿no será que los empresarios debemos también, compasiva y proactivamente, hacernos parte de la causa de cero pobreza intraempresarial?
Pero esta expansión de nuestro alcance va más allá de la situación económica de los empleados. Se trata de cambiar nuestra mentalidad y reconocer que eso que se denomina “públicos de interés” está en permanente evolución. Los hijos de nuestros trabajadores, por ejemplo, son fundamentales. Nos debe interesar dónde estudian, si tienen computador y si acceden a la universidad; hasta sus mascotas importan, sean gatos o cactus, porque muchos las aman como a hijos.
La calidad de vida de los empleados de nuestros proveedores es, igualmente, asunto nuestro. En los criterios de evaluación de las áreas de compras son clave las métricas de clima organizacional y de oportunidades de aprendizaje que un proveedor ofrece a sus equipos. Si nos vamos a hacer cargo del papel amplio de las empresas en la sociedad hagámoslo con audacia, estiremos nuestras fronteras e incluyamos también a toda nuestra cadena, incluyendo sus empleados y familias.
La salud física y mental también es, para poner otro ejemplo, de nuestra incumbencia. No podemos decir nunca más a alguien que “deje sus problemas en la casa”. Necesitamos seres humanos sanos y completos en los espacios laborales. Debemos estimular los hábitos de cuidado y hacernos cargo de los retos de salud de nuestra gente. Una organización sanadora debe ofrecer un espacio seguro y amoroso para prevenirlos y afrontarlos.
Tertuliemos sobre la empresa que se expande generosamente hacia el mundo, que no delega el desarrollo de su gente en el Estado y reconoce que las familias de sus trabajadores no deberían caminar solas por la senda del desarrollo. Contemos historias de organizaciones que promueven la educación y la salud, empresas amorosas y compasivas como las 50 pioneras de Ruta Progreso – Comfama, un programa creado para que las familias trabajadoras antioqueñas abandonen para siempre la pobreza.
Busquemos, para ser realmente ambiciosos, a esas empresas que saben que organización y organismo comparten etimología, y que así como los seres humanos somos naturaleza, las empresas también lo son. Celebremos, entonces, a aquellas que se aproximan al planeta únicamente para cuidarlo y regenerarlo, que saben que sus límites no son muros, geografías ni mercados, sino los confines mismos de nuestra querida Tierra