Con la venia del Padre Hernando Uribe, mi compañero de página, cuya sabiduría y profundidad de reflexión en temas religiosos hacen que me avergüence al escribir estas líneas, considero que como católicos es nuestro deber dedicar al menos una columna al año, para unas tímidas palabras relacionadas con el sentido de la natividad del Señor, el 25 de diciembre.
Varias frases del Señor o de los documentos relacionados con Él, considero oportuno recordar. El Padre Nuestro, la oración que el Señor nos enseñó, encierra en cada palabra y en cada frase, importantes enseñanzas necesarias para nuestra vida interior y nuestro comportamiento social. Al Padre Nuestro le ofrecemos todas las necesidades individuales y sociales, le pedimos que en cada día tengamos nuestro pan material y espiritual, siempre apegados a su Santa Voluntad, rogándole nos conceda el perdón que requerimos como seres imperfectos sujetos a todo tipo de tentaciones por nuestra condición de egoísmo y soberbia permanente.
En la tradicional novena al Niño Jesús, como preparación espiritual para su nacimiento, en los Gozos que se repiten como canto para su simbólica y permanente venida a nuestro espíritu, encontramos una frase, de las más bellas del texto, que contiene una enorme enseñanza para el comportamiento humano: “Oh, Divino Niño, ven para enseñarnos la prudencia que hace verdaderos sabios”. La prudencia es una virtud de comportamiento, supone tener la inteligencia moral para reflexionar antes de actuar y mirar siempre nuestras decisiones en el camino correcto hacia el beneficio humano y social, y a partir de allí, hacia nuestra propia realización. Si en los actos de poder, de autoridad, así como en los de obediencia, se actuara con la sencillez, calma y reflexión del sabio que ha surcado las cumbres del conocimiento, seguramente la humanidad tendría rumbos diferentes y de mayor comprensión.
Finalmente, recordemos la oración de la cruz. Cristo murió para, a través de Su resurrección, rescatar nuestra vida espiritual, de allí la importancia simbólica de la señal de la cruz, pues acudiendo a ella con recogimiento y convicción, rogamos al Señor que nos libre de todo mal: “de nuestros enemigos líbranos Señor”. Nuestros enemigos en la imperfección de la naturaleza humana, están en permanente acecho. Enemigos internos que vienen en nuestros pensamientos, en nuestras dudas; enemigos biológicos que se manifiestan en enfermedades, en epidemias como la actual; enemigos que pueden ser externos, que se cruzan en el camino de la vida social y política: Las guerras, los abusos de poder, la intransigencia gubernamental, la corrupción, el egoísmo vivencial, la incomprensión, la impaciencia, el no respeto por las normas o por las autoridades; en fin, y precisamente hay un gran enemigo que atenta contra la humanidad: el hambre en muchos sentidos, por eso la oración concluye con una contundente frase que resume el amparo que se pide a la cruz: “Dadnos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden”. En la pandemia estas reflexiones adquieren especial valor.