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Arturo Guerrero
Columnista

Arturo Guerrero

Publicado

Los modos del querer

Por arturo guerrero

arturoguerreror@gmail.com

Las pantallas traen la imagen y la voz de quienes queremos. Las redes son instantáneas en su entrega de noticias, chismes, chistes, del mundo y de los amigos, sus perros y sus gatos. ¿Qué agrega entonces la presencia física? Quizá estemos olvidando ese toque extra que nos ha negado el confinamiento forzoso.

Luego del rigor de las primeras semanas, las autoridades suavizaron las medidas y fue posible verse en vivo y en directo con hermanos, hijos, cuñados, primos. Los habíamos tenido a golpe de un clic y de repente los reencontramos en sus casas, tras burlar a los policías del comparendo.

Sucede que el reguero de decretos contradictorios, dictados en ráfagas difíciles de asimilar, dejan rendijas que cualquiera interpreta a su favor. En cada pueblo y ciudad cada alcalde es rey, y entre tantas potestades el ciudadano encuentra rendijas para acomodar su libre albedrío y hacerse sentir como individuo soberano.

Entonces viene el milagro del cara a cara. El que llega de visita lleva, eso sí, el santo y seña del tapabocas que se convirtió en pasaporte y visa para circular por las calles de la infección. Quien abre la puerta no hace uso de él, faltaba más. Esos zapatos desmayados y a la vista en los corredores del edificio informan que los habitantes se rigen por el miedo al virus omnipresente.

Son el “trapo rojo” de la clase media. Significan, advierten, gritan. El visitante, más osado en su incursión, se descalza por cortesía. Intimidado, pide permiso para sacarse la máscara. Surge un hielo inesperado que romper, una barrera de pandemia. El visitado se alarma, corre a desinfectar las huellas de la chaqueta, los paquetes, la cachucha del visitante.

La tensión flota en la atmósfera hecha de coronavirus imaginario y reproches de sanidad exacerbada. Casi mes y medio de alejamiento y pavor ha calado las fibras del amor, la amistad, la camaradería. Es preciso desenredar la madeja de las palabras para que paulatinamente esa atmósfera se decante en el piso y resurja el purísimo ser natural de esos dos seres que se quieren y habían olvidado los modos del querer.

Para eso sirve la presencia física, para derrotar las sospechas y reanudar el flujo de los alientos. Al terminar la visita se ha reconstituido un género humano. ¿Ostracismo, en dónde queda tu victoria?.

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